El siguiente artículo fue publicado en el diario La República
Bogotá_Lunes , Septiembre 15, 2014
En la actualidad, el comercio del asbesto se concentra principalmente en los países Bric, lo que explica con claridad que la movida de la industria hacia las economías emergentes, donde los intereses comerciales se anteponen a la salud pública, fue una política exitosa, después de que los países desarrollados decidieran prohibirlo o implementar legislaciones restrictivas en cuanto a su uso industrial, como es el caso de los EE.UU.
Colombia, como buen tigrillo que quiere debutar en las economías emergentes del nuevo orden globalizado, sigue utilizando el asbesto bajo supuestos mentirosos hábilmente manipulados por los “expertos” de la industria, quienes pretenden negar el componente letal del crisotilo blanco (la variedad usada en el país), a pesar de la vasta evidencia científica y médica que demuestra lo contrario.
El Estado colombiano acaba de ratificar la inclusión de la asbestosis y el mesotelioma en su tabla de enfermedades laborales, a través del Decreto 1477/14 recién expedido por el Ministerio del Trabajo, pero nada hace para investigarlas. Sin embargo, la industria, bajo el paraguas de su lobby, sigue propagando informes científicos falsos que buscan engañar al público. Un texto que aparece en la página web de Ascolfibras, titulado Health risk of chrysotile revisited, aparece firmado en primer lugar por David Bernstein, toxicólogo estadounidense que vive desde hace muchos años en Ginebra (Suiza). Dicho señor es una especie de mercenario de la ciencia, pues trabaja para la industria del asbesto produciendo informes complacientes a cambio de gruesas sumas de dinero.
Durante el año 2012, Colombia importó 25.164 toneladas, cuyo valor FOB promedio en dólares fue de $32.000 millones; pero en el año 2013 la cifra bajó a 15.961 toneladas, y para los primeros cuatro meses de 2014 la cifra está por el orden de las 2.563 toneladas que, de mantenerse esos niveles, arrojará al cierre del año un volumen de importaciones cercano a las 10.000 toneladas. Este descenso sólo se explica en la medida en que Bricolsa, la operadora de la mina de asbesto a campo abierto de Campamento, cerca de Yarumal (Antioquia), está supliendo internamente las necesidades de la industria.
Cuando se mira una ciudad colombiana desde el aire, las tejas y los tanques de agua hechos de asbesto-cemento abundan por doquier; sin embargo, la industria asegura que no hay ningún problema en ello, porque el material queda encapsulado, sin que hasta el momento se hayan adelantado estudios epidemiológicos que permitan conocer el impacto real de tal aseveración.
Pero lo que no podemos olvidar, es que todo el asbesto que ha consumido este país durante medio siglo se sigue manipulando sin mayores cuidados. Desde hace años existen estudios que demuestran los efectos que la meteorización produce en las tejas de asbesto-cemento, con indicadores que revelan cómo el paso del tiempo va deteriorando estos materiales, liberando la carga carcinogénica de sus componentes; para no hablar de las tejas que miles de ciudadanos colombianos maniobran, cortan o taladran sin que ninguna agencia ambiental o de salud los alerte sobre este tipo de riesgo.
Lamentablemente, la investigación en Colombia para este tipo de riesgos ambientales casi no existe, y valdría la pena que el Gobierno les prestara mayor atención a estos fenómenos, porque la relación costo-beneficio de los sistemas de salud siempre superará cualquier recompensa aparente en la generación de empleo que estas industrias alegan a su favor.
No sólo debemos aprender de los países desarrollados sino que igualmente debemos superar su historia. En la medida en que los avances científicos sobre los riesgos laborales y ambientales son cada vez más precisos, esto permite que los países con economías emergentes eviten y corrijan los errores del pasado, es decir, que puedan aplicar la máxima de que desarrollo y progreso pueden ir de la mano del respeto por la salud de los ciudadanos y el medio ambiente.
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