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CRISOFÍLICOS VERSUS CRISOFÓBICOS

LA CONTROVERSIA SOBRE EL ASBESTO BLANCO, 1950-2004

Por Geoffrey Tweedale * y Jock McCulloch **[1]

RESUMEN

En la primera mitad del siglo XX, el asbesto era un mineral controvertido a causa de su asociación con la asbestosis y el cáncer de pulmón.  No lo ha sido menos desde la década de los 60, cuando se identificó otro cáncer relacionado con el asbesto: el mesotelioma.  El mesotelioma parecía estar más fuertemente vinculado con el asbesto azul (crocidolita) que con las otras variedades de asbesto: el marrón (amosita) y el blanco (crisotilo).  Este hallazgo provocó un intenso debate entre los «crisofílicos» (quienes declararon inocuo el crisotilo) y los «crisofóbicos» (aquellos que creían que este era un peligro mortal).  El presente ensayo intenta describir por primera vez la historia de la controversia sobre el crisotilo, la cual nos demuestra que el consenso científico sobre la seguridad del asbesto blanco fue un proceso muy lento en desarrollarse.  Esto se debió solo en parte a las complejidades de la investigación científica, pues los factores políticos, económicos y sociales han militado en contra de una solución más rápida a este debate, facilitando la producción y el uso continuado del asbesto en las economías emergentes del mundo entero.

En 1991 la popular revista Science dio la bienvenida a sus lectores describiendo así el mundo de la investigación sobre el asbesto: «un mundo dividido por profundas fisuras y amargas disputas… donde la ciencia y la ley interactúan en una serie de demandas multimillonarias… [y] donde los científicos con puntos de vista opuestos ya no parecen ser capaces de hablar entre sí como científicos.»  La revista aludía a dos recientes conferencias sobre el asbesto: la primera, celebrada en Harvard en diciembre de 1988, que se refirió a los «Aspectos de Salud por la Exposición al Asbesto en los Edificios»; la segunda, que tuvo lugar en Nueva York en junio de 1990,  y se llamaba la «Tercera Ola de las Enfermedades por Asbesto».[2]

Aparentemente, las conferencias tenían mucho en común.  A las dos asistieron destacados científicos del área y ambas estaban preocupadas por evaluar el peligro que representaba el asbesto para el medio ambiente, en especial en oficinas y escuelas.  Ninguno de los participantes cuestionó si el asbesto era potencialmente un riesgo grave para la salud: se reconoció que la inhalación de fibras de asbesto podría causar asbestosis (cicatrización pulmonar), cáncer de pulmón (originado en el revestimiento de las vías respiratorias), mesotelioma (un virulento cáncer del revestimiento del tórax o del abdomen) y posiblemente otros cánceres.  Tampoco se puso en duda que las enfermedades relacionadas con el asbesto (ERA) fueran incurables y, en muchos casos, fatales.  En ese punto, sin embargo, el consenso terminó.  De hecho, las dos conferencias enviaron al público y a la comunidad científica mensajes muy diferentes: según el simposio de Harvard, el peligro que representaba el asbesto en los edificios era insignificante; la reunión de Nueva York, por otro lado, consideró que el asbesto en el medio ambiente era un peligro grave y advirtió que las ERA podrían dañar a miles de trabajadores de la construcción, al personal de las oficinas y a los maestros de las escuelas.  Pero la discusión se polarizó de otro modo al reflejar conclusiones tan opuestas: los participantes de las dos conferencias fueron tan hostiles entre sí que no asistieron a las reuniones conjuntas.  Las divisiones y la amargura eran sintomáticas de la cargada atmósfera social y política que generaron las disputas, ampliamente publicitadas en los Estados Unidos, sobre los costos y beneficios de limpiar la contaminación ambiental por el asbesto.

Fundamental para esta hostilidad fue el desacuerdo sobre qué tipo de fibra causaba las ERA; una reflexión inspirada en el hecho de que el asbesto no es una entidad única.[3]  «Asbesto» es un nombre genérico dado a un grupo de minerales fibrosos.  Existen dos tipos: el serpentino y los anfíbolos.  El crisotilo (o asbesto blanco) es el único miembro del grupo serpentino, y se extrae principalmente en Rusia, Canadá, China, Brasil y Zimbabue.  El grupo anfíbol incluye, entre otras, dos categorías comerciales importantes de asbesto: amosita (marrón) y crocidolita (azul).  El crisotilo ha sido la categoría comercial más utilizada, y representa más del 90 por ciento del asbesto usado en el siglo XX.  Los participantes de la conferencia de Harvard hicieron hincapié en la ubicuidad del crisotilo y afirmaron que, a diferencia de los anfíbolos, aquel no provocaba mesotelioma ni causaba asbestosis o cáncer de pulmón si se mantenían las debidas precauciones.  Por el contrario, los científicos de la «Tercera Ola» argumentaron que el crisotilo, además de causar asbestosis, era un carcinógeno indudable, capaz de causar mesotelioma y cáncer de pulmón.

Catorce años más tarde, gran parte de las altas temperaturas generadas por la controversia sobre el asbesto-en-edificios se ha disipado, al menos en los Estados Unidos.  Pero el asbesto sigue siendo el más controvertido y temido de los minerales industriales.  La mayoría de los países del mundo desarrollado virtualmente han prohibido su uso, aunque aún tienen que aceptar su legado en litigios, empresas en quiebra y una mayor morbilidad y mortalidad por las ERA.  En los Estados Unidos, ha sido tal el estruendo de los litigios, que se han presentado demandas para que el Congreso actúe.  Mientras tanto, se proyecta que los países europeos sufran una epidemia de ERA que eventualmente podría matar a medio millón de personas.  El asbesto sigue siendo una preocupación ambiental, dada su omnipresencia en edificios y productos de ingeniería.

También la controversia con respecto al tipo de fibra está muy viva; la afirmación de que el crisotilo, a diferencia de los anfíbolos, no representa ningún peligro si se toman las precauciones adecuadas, se utiliza en la actualidad para justificar la producción y el uso continuado del asbesto en los países de economías emergentes.  Con el cierre de la producción mundial de anfíbolos en Sudáfrica en 1996, el crisotilo es ahora el único tipo de asbesto disponible.  En 2002, la producción mundial de asbesto fue de 1,9 millones de toneladas, con Rusia, China, Canadá y Kazajstán como proveedores líderes.  La mayor parte de esta producción se destina a países de América Latina, Asia y Lejano Oriente, los cuales utilizan productos que ya no son tolerados en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).  La justificación para el uso continuado del asbesto se basa, en gran medida, en el argumento que algunos científicos impulsaron con fuerza en los años 80: que el asbesto blanco puede utilizarse de forma segura y, por lo tanto, debe ser un mineral preciado, en especial en los países de economías emergentes, donde cualquier riesgo para la salud se vería compensado ​​por los beneficios que ofrecen productos como las tuberías de agua en asbesto-cemento.  No obstante, los críticos siguen afirmando que el crisotilo es una amenaza; que no existe un umbral seguro de exposición, y que su producción en los países de economías emergentes, donde las medidas de seguridad son típicamente laxas, es irresponsable.  El debate ha sido caracterizado por un participante como un debate entre «crisofílicos» y «crisofóbicos».[4]  El argumento, que ha durado más de treinta años, sigue siendo amargo; como la industria del asbesto lucha por la supervivencia, el núcleo de la disputa se ubica en los aspectos epidemiológicos del asbesto.

La literatura al respecto es enorme y su evaluación difícil, en especial para los profanos.  Inevitablemente, el debate se ha vertido en los ámbitos político y médico-legales, que ha generado aún más documentación, aumentando los problemas para su evaluación.  Un médico escribió: «Se han publicado varios hallazgos, pero todavía queda por escribirse el relato de un historiador sobre la conducción de estas batallas (las del crisotilo), al igual que sobre los alcances de las diferencias entre los científicos y las formas en que estas fueron explotadas».  Este ensayo intenta contar dicha historia; la primera que se ha escrito, por lo que sabemos.   Explicaremos cómo surgió el debate sobre la seguridad del crisotilo, y describiremos los puntos de vista opuestos, así como los principales momentos de la controversia.  Como historiadores, no intentamos proporcionar una «respuesta» científica sobre si el crisotilo es una fibra «segura», si bien mostraremos el lento surgimiento de un consenso científico (el cual consideramos convincente) que ve el crisotilo lejos de una luz favorable.  También iluminaremos un hecho que no siempre se desprende de la literatura médica o de los pronunciamientos oficiales: que los factores políticos y económicos le han dado forma al debate científico en sus puntos críticos.  Este enfoque conecta nuestro trabajo con una literatura creciente en la historia de la medicina del trabajo, que enfatiza cómo el control corporativo sobre la investigación científica ha influido tanto en el proceso científico como en los esfuerzos de los gobiernos por ofrecer una debida protección ambiental.[5]

NACIMIENTO DE LA HIPÓTESIS DE LOS ANFÍBOLOS

Hasta los años 50, los científicos reconocían pocas diferencias entre los tipos de asbesto, en cuanto a su capacidad de causar ERA (aunque aparentemente los trabajadores del asbesto notaron diferencias en la toxicidad de la fibra ya desde 1932).[6]  Cuando la asbestosis apareció como un riesgo laboral significativo en los Estados Unidos y la Gran Bretaña, en los años 20, se descubrió que esto ocurría entre los trabajadores de las fábricas que procesaban todo tipo de fibra.  También en Sudáfrica, en ese momento, la asbestosis era un riesgo conocido en las minas de crisotilo.  El cáncer de pulmón relacionado con el asbesto se observó con mayor frecuencia entre los años 1930 y 1950 en las minas y fábricas que producen y procesan el asbesto azul, marrón y blanco.  Los experimentos con animales, financiados por la industria en el laboratorio de Saranac en el Estado de Nueva York, durante la década de 1930, sugirieron que todos los tipos de asbesto podían inducir fibrosis.[7]

En 1960 se identificó el mesotelioma maligno por parte de un equipo de investigadores sudafricanos que incluía a J. Christopher Wagner (1923-2001), en las zonas mineras de asbesto azul del norte del Cabo (Sudáfrica).  Esta investigación implicaba a la crocidolita como agente de la enfermedad.  Según Wagner, quien se convertiría en una figura clave en futuros debates sobre el asbesto, «esta fue la primera vez que se incriminó a un tipo específico de asbesto».[8]  También  expuso Wagner la creencia de que el asbesto azul era la fibra más mortífera, y  la principal ─quizá por completo─ responsable del mesotelioma, una visión que más tarde se denominaría la «hipótesis de los anfíbolos».  En Sudáfrica, donde se produjo casi toda la crocidolita del mundo, esta condena afectó a la industria minera.  Mientras que la asbestosis generalmente se confinaba al lugar de trabajo, el mesotelioma podía contraerse a partir de la exposición no ocupacional y ambiental.  Esto significaba que los productos basados en asbesto eran potencialmente peligrosos.  El nacimiento de los movimientos ecologistas en los Estados Unidos y Europa Occidental durante la década de 1960, generó un lobby anti-asbesto que llamó la atención pública sobre la amenaza del mesotelioma.  Una de las repercusiones de la investigación de Wagner fue que le atrajo tal nivel de críticas por parte de la industria minera, que se vio imposibilitado de conseguir un empleo en Sudáfrica.  En 1962, emigró al Reino Unido y se unió a la Pneumoconiosis Research Unit (PRU) del gobierno en el sur de Gales.

El mesotelioma representaba una amenaza menor para la industria del asbesto en el Reino Unido; sin embargo, a mediados de la década de 1960 los medios de comunicación ya llamaban al asbesto el «polvo asesino».  Por otro lado, la industria británica era principalmente usuaria de crisotilo (y amosita), mientras la crocidolita jugaba un papel menor.[9]

La industria señaló la crocidolita como la culpable –e, irónicamente, como la cura– de sus problemas.  En 1968, el productor líder Turner & Newall le dijo a un comprador preocupado que sus productos estaban hechos de asbesto blanco; que este «no estaba implicado de manera similar [en el mesotelioma].  Una vez más, no creo que su cliente corra ningún riesgo en este sentido».  En 1969, la industria del asbesto de los Estados Unidos había dejado voluntariamente de importar crocidolita, aunque esto se debió en parte a que el gobierno había introducido normas más estrictas sobre el asbesto.  Seguía siendo legal producir con cualquier tipo de asbesto; sin embargo, los controles de polvo requeridos para la crocidolita fueron mucho más estrictos que los del crisotilo y la amosita, lo que hizo que el asbesto azul no fuera económicamente rentable de producir.  La crocidolita estaba consagrada en la ley británica como la fibra más peligrosa.[10]

En la práctica, la distinción entre crisotilo y crocidolita era engañosa.  De la misma manera que los términos «blanco», «azul» y «marrón» no son descripciones precisas del color de la fibra, la distinción geológica entre los tipos a menudo era difusa.  Por ejemplo, la mina de Penge en la provincia del norte de Sudáfrica fue la única fuente de amosita en el mundo.  Sin embargo, la amosita se mezcló invariablemente con la crocidolita, de modo que, de hecho, ambos tipos de fibra se procesaron juntos en las fábricas y, por supuesto, cualquiera que usara la amosita aguas abajo, inadvertidamente también estaba utilizando la crocidolita.  Del mismo modo, el crisotilo «puro» a menudo contiene pequeñas cantidades de anfíbol, como la tremolita.  El asbesto también se puede encontrar como un constituyente en otros minerales potencialmente peligrosos, en particular los silicatos como el talco.  Esto inevitablemente confundió los estudios médicos sobre los efectos en la salud.  Los procesos de producción borraron aún más la distinción entre los tipos de fibra.  Los productos de asbesto-cemento, como los tubos a presión y las tejas de gran longitud, usaban tradicionalmente asbesto blanco, pero se deformarían si se extraían del molde «verde» o no se fijaban.  La adición de crocidolita al asbesto-cemento de crisotilo, sin embargo, hizo posible el trabajo de materiales de «resistencia verde».  Los países del bloque del Este, en particular, usaron grandes cantidades de crocidolita como una especie de «antibiótico de amplio espectro» para mejorar la calidad del asbesto blanco ruso que era inferior.[11]

La determinación de la toxicidad del asbesto por el tipo de fibra era compleja por otras razones.  La latencia prolongada de las ERA planteó problemas mayores (con mesoteliomas que generalmente ocurren solo treinta o cuarenta años, o incluso más, después de la exposición); su relativa rareza en la población general, la falta de información sobre la exposición al polvo que había ocurrido muchas décadas antes, y el hecho de que la exposición se daba por lo general frente a una mezcla de varios tipos de fibra.  Otro acertijo era que los mesoteliomas no se podían encontrar entre los trabajadores de las minas canadienses de crisotilo, ni entre los trabajadores del asbesto y los usuarios finales en América, donde el asbesto blanco se había utilizado principalmente.  Según Irving Selikoff, el decano de los expertos en asbesto de Estados Unidos, solo se importaron cantidades triviales de anfíbolos a los Estados Unidos antes de la década de 1940.  ¿Era probable ─algunos se preguntaban─ que todos los mesoteliomas se debieran a estas pequeñas cantidades de crocidolita?  En 1964, los científicos que asistieron a una reunión internacional en Nueva York se negaron a creer «que solo este tipo de fibra [crocidolita] estuviera relacionada con estos tumores».

Los expertos británicos coincidieron en que, respecto al mesotelioma, «es altamente improbable que solo un tipo de fibra sea siempre el responsable».  Los estudios científicos parecían proporcionar cierta confirmación a esta visión escéptica, especialmente aquellos que se centraban en grupos como los trabajadores textiles y los mecánicos de frenos, quienes solo habían experimentado exposición al crisotilo.  Estos estudios sugerían que el crisotilo podría causar el mesotelioma.[12]

J. C. Wagner creía que la incertidumbre podría resolverse mediante experimentos con animales, que comenzó tan pronto llegó al sur de Gales. En 1969 había inoculado asbesto en la pleura de ratas y esto había desencadenado el mesotelioma. Estos experimentos complejos y lentos fueron continuados tanto por Wagner como por otros investigadores de todo el mundo, aunque recibieron especial patrocinio en el Reino Unido, donde el financiamiento estuvo disponible por parte del gobierno y la industria del asbesto.  Sin embargo, los resultados iniciales no fueron útiles para la industria y plantearon tantas preguntas como respuestas.  Según un médico: «A pesar de las pruebas de laboratorio negativas para carcinogenicidad [química], todos los estudios de inhalación e inyección de animales indicaron que todas las fibras eran igualmente peligrosas, lo que respaldaba la restricción general o la prohibición del asbesto, pero ponían en duda la seguridad de sustitutos como la fibra de vidrio.”  El crisotilo parecía ser un carcinógeno tan potente como la crocidolita.[13]

Esto contrastaba con la evidencia clínica de las ERA en humanos, la cual parecía mostrar que la crocidolita era la principal responsable del mesotelioma.  El propio Wagner se inclinaba a descartar el trabajo de laboratorio como «engañoso» y no veía ninguna razón para una prohibición general del asbesto: «el descubrimiento de que ciertos tipos son más peligrosos que otros ha sido una gran ventaja al permitir un cambio de los productos más peligrosos por los menos peligrosos.»[14]  Esta perspectiva era compatible con las más grandes empresas de asbesto, porque la mayor parte de sus ganancias se obtenían del crisotilo.  Por el momento, la minería de crocidolita continuó, ya que seguía ofreciendo recompensas financieras, al igual que la extracción y el uso de amosita; pero los productores de crisotilo ahora estaban en ascenso dado que el uso mundial de asbesto se elevó a su pico de alrededor de 5 millones de toneladas en 1975.  Las compañías líderes, que a menudo cooperaron para resolver los problemas técnicos relacionados con la molienda y el empaquetado, ahora tenían una segunda razón más convincente para la cooperación.  En un intento por sobrevivir a los sustos de la salud de mediados de la década de los 60, la industria compartió información para contrarrestar la evidencia médica sobre los riesgos para la salud, y protegerse contra los sindicatos, movimientos sociales y gobiernos que buscaban reducir el uso del asbesto.  Los productores de crisotilo de Canadá, Rhodesia del Sur y otros países formaron un frente unido contra el asbesto anfíbolo.

 

CONTANDO EL «CUENTO» DEL CRISOTILO

Obviamente, el crisotilo solo podía prevalecer si se demostraba que no representaba el mismo peligro para la salud que la crocidolita.  Durante los años 60 y 70, preocupada por su supervivencia, la industria del asbesto comenzó un ejercicio masivo de investigación y relaciones públicas que fue diseñado para lograr ese objetivo.  La financiación se invirtió en organismos patrocinados por la industria, que brotaron como el conocimiento de que el asbesto causaba la propagación del cáncer.  En diciembre de 1970 se fundó la Asociación de Información sobre el Asbesto/América del Norte (AIA/NA) en los cuarteles generales de la compañía líder en asbesto de los EE.UU., Johns Manville, con sede en Nueva York.   Al año siguiente, el presupuesto de la AIA era de casi US$300.000 para gastos en monitoreo de las conferencias y documentos médicos, y para iniciar «líneas de acción» en consecuencia.  Una de esas líneas era manchar al crítico de la industria, Selikoff, y «comenzar a contar el ´cuento´ del crisotilo y desacreditar otras fibras”.  Actuando en concierto con los estadounidenses estaba la Asociación Minera de Asbesto de Quebec (QAMA), que en 1966 había lanzado el Instituto de Salud Ocupacional y Ambiental (IOEH) en Montreal.  El ochenta por ciento del asbesto canadiense se extraía en Quebec, con Thetford Mines como principal centro de operación.  Canadá tenía el 40 por ciento del mercado mundial de crisotilo, convirtiéndose en el mayor productor de ese mineral, con envíos anuales a mediados de la década de 1960 de 1,5 millones de toneladas valoradas en más de US$160 millones.  Con tales ganancias bajo amenaza, no escaseaba el dinero para apoyar el trabajo que protegería a la industria, y en 1972 el QAMA reportaba gastos por más de US$2 millones en proyectos de investigación.[15]

La asociación aceptó, confidencialmente, que los «tres tipos de asbesto estaban en el mismo barco… [y] …no se puede ignorar que en las circunstancias adecuadas se aplica la misma fibrogénesis y malignidad a la amosita y al crisotilo».  De hecho, los primeros casos de mesotelioma pleural y otros cánceres de pulmón entre los mineros del crisotilo canadiense, se identificaron a finales de la década de los 40, cuando la industria canadiense mostraba poco remordimiento al suprimir la evidencia que se publicaba.  Una vez que la publicidad de esta información se hizo ineludible, el QAMA erigió dos defensas.  Una consistía en enfatizar la distinción entre la (supuesta) experiencia favorable de salud de los molineros y los mineros canadienses del asbesto ─presumiblemente protegidos por políticas que enfatizaban el uso responsable─ y el desastroso registro de los trabajadores de aislantes estadounidenses (como destacó Selikoff).  El otro era el argumento de que la exposición al asbesto canadiense era al «crisotilo puro, mientras que los trabajadores de aislantes habían sido expuestos a una mezcla de varios tipos de asbesto».  El eje de estas defensas fue el trabajo epidemiológico del IOEH.  Estas investigaciones se centraron en J. Corbett McDonald, profesor de la Universidad de McGill en Montreal, quien en 1966 lanzó un gran estudio de cohortes para determinar los efectos que la minería del crisotilo en Canadá tenía sobre la salud.[16]

McDonald negó que el IOEH fuera una iniciativa de la industria, aunque esta afirmación se contradice con los documentos de QAMA.  Ciertamente, el equipo de McDonald fue el principal destinatario de las dádivas de QAMA, que recibió US$500.000 en fondos de investigación entre 1966 y 1972.  La asociación supo dónde poner su dinero sabiamente.  Como las cohortes de McDonald fueron seguidas a lo largo de las décadas, los hallazgos sugirieron que las ERA entre los trabajadores de las minas de crisotilo en Canadá eran menos severas y generalizadas que en otras partes, confirmando así una creencia canadiense que data de principios del siglo XX.[17]  El hallazgo no fue inesperado: la fibra de asbesto se descompone menos y por lo tanto es menos peligrosa en las etapas de minería y molienda preliminar, que en el usuario final de la fábrica y el trabajo de aislamientos (procesos que el QAMA ignoró, a pesar del atroz registro de asbestosis en muchas fábricas canadienses).  Por otro lado, McDonald también destacó las muertes por cáncer de pulmón relacionadas con el asbesto y el mesotelioma en comunidades mineras canadienses, lo que puso a la industria del crisotilo en un problema importante que él y su equipo tratarían pronto de abordar.

Tranquilizadoramente, McDonald y sus colegas de McGill publicaron estudios que sugerían que los «contaminantes» en el medio ambiente canadiense, no el crisotilo, eran los culpables de los tumores pulmonares.  La contaminación con aceite orgánico y sintético fue sugerida por primera vez como una posible razón de la naturaleza cancerígena del asbesto.  Los estudios publicados a finales de la década de 1970 por McDonald y sus colegas también se centraron en el papel de la crocidolita, importada por una fábrica de máscaras de gas que había operado durante la Segunda Guerra Mundial, como la causa de los mesoteliomas.  Sin embargo, los críticos han cuestionado si la crocidolita alguna vez fue importada a Canadá y sugirieron que una pista sobre la exposición a la crocidolita podría estar en un estudio geológico, realizado a fines de la década de 1950, que documentaba la presencia de pequeñas cantidades de crocidolita en las minas de Quebec.[18]

Los estudios de McGill han sido caracterizados por críticos estadounidenses como la apología del «Todo Menos el Crisotilo» [Anything But Crysotile, ABC, por sus siglas en inglés], quienes sostienen que tales estudios han sido utilizados por la industria para ampliar la cuota de mercado y evadir la responsabilidad.  Ciertamente, en América del Norte, las asociaciones comerciales como QAMA y la AIA/NA ayudaron a la industria a definir la agenda de investigación, y a transformar el problema del asbesto en un problema de laboratorio que parecía desconectado de cuestiones políticas y sociales.  Esta separación fue particularmente útil después de mediados de la década de los 70, cuando una controversia pública se generó por revelaciones sobre las malas condiciones de trabajo en las plantas canadienses de Johns Manville (en Scarborough), Turner & Newall (en Montreal) y Bendix Automotive (en Windsor).  En particular, la agitación sindical contra las condiciones laborales en Thetford desencadenó investigaciones federales contra la industria del asbesto.  Estas revelaron una imagen diferente a la presentada en los artículos epidemiológicos publicados en revistas médicas.  Se encontró que el control del polvo distaba de ser satisfactorio, y un investigador, el juez René Beaudry, consideró «impactante» que en algunos sectores de la industria los trabajadores aún manejaran la fibra de asbesto con sus propias manos.  Continuó diciendo sobre los empleadores: «Han mantenido la información disponible sobre los efectos peligrosos del polvo de asbesto lejos de los trabajadores y los sindicatos».  Un grupo de trabajo sobre asbestosis en Ottawa, dibujó una imagen bastante parecida en donde por igual se sugirió que las cifras de McDonald para el mesotelioma estaban subestimadas.[19] El grupo de trabajo tomó nota de la evidencia de que la crocidolita era más peligrosa que el crisotilo, pero en ninguna parte de su informe hubo una sugerencia de que este no causara mesotelioma.  Estos informes concluyeron que la industria estaba más interesada en explotar la incertidumbre médica creada por el sistema de compensación, y los estudios epidemiológicos, que en gastar dinero para proteger a los trabajadores del polvo de asbesto.

En Gran Bretaña, la función del manejo científico y de relaciones públicas de la industria del asbesto estuvo a cargo del Consejo de Investigación de la Asbestosis y sus organizaciones de cabildeo asociadas, propugnando la idea de que el crisotilo podría usarse de manera segura.  En una importante consulta del gobierno del Reino Unido en 1976, el Comité Simpson, la industria del asbesto presentó un frente unificado, alegando que dentro de ciertos umbrales la producción de crisotilo (y amosita) podría continuar.  El gobierno aceptó que el crisotilo «rara vez causaba mesotelioma» y que este punto «favorable» debería usarse para enmarcar las políticas al respecto.[20]  La idea de que algunos tipos de asbesto podrían producirse de manera segura, si se tomaban las precauciones adecuadas, se consagraría como la doctrina del «uso controlado».

A mediados de la década de los 70, sin embargo, el devastador impacto del asbesto en la fuerza laboral de los Estados Unidos había llevado a la creación de un grupo heterogéneo de críticos de la industria del asbesto, compuesto por científicos, periodistas, abogados, sindicatos y víctimas.  Al carecer de los recursos de la industria y el gobierno, estas personas revisaron las pruebas publicadas (y en algunos casos se basaron en su experiencia personal) para llegar a un enfoque diferenciado sobre el crisotilo.  Nancy Tait, cuyo esposo había muerto de mesotelioma causado por la exposición indirecta al asbesto en su trabajo como ingeniero telefónico, fue la primera en publicar un ataque a la hipótesis de los anfíbolos, enfatizando que «el crisotilo [es] un carcinógeno».  Tait creó la Sociedad para la Prevención de la Asbestosis y las Enfermedades Industriales, que presionó en nombre de las víctimas e hizo campaña contra el uso de todas las formas de asbesto.  Alan Dalton (1946-2003), un científico socialista que ridiculizó el mito del asbesto blanco, «comercializado por la industria durante los últimos quince años”, lanzó un ataque aún más vigoroso contra la industria del asbesto en 1979.[21]  Acción Clydeside contra el Asbesto fue otro grupo de influencia formado en esa época.  La lucha contra todos los tipos de asbesto fue llevada a cabo en los Estados Unidos por la White Lung Association y en Japón por la Ban Asbesto Network.

La evidencia científica apoyó estas críticas.  A principios de la década de los 70, bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) había comenzado a evaluar el riesgo de cáncer para los seres humanos, planteado por los productos químicos.  Los primeros grupos de trabajo sobre asbesto desde la IARC, que incluyeron a representantes de la industria, presentaron en 1973 una evaluación prudente sobre el riesgo de cáncer.  Sin embargo, un grupo más independiente de la IARC concluyó en 1976 que todas las formas de asbesto causaban cáncer de pulmón y mesotelioma, y que era imposible definir un umbral seguro.  La IARC dio mucho más peso que Wagner a la evidencia de carcinogenicidad en animales, aunque este último había llegado a la conclusión de que el crisotilo canadiense podría inducir el mesotelioma cuando se inyectaba intrapleuralmente en los ratones.  Mientras tanto, un estudio estadounidense mostró una alta tasa de cáncer entre los trabajadores de textiles, fricción, empaquetado y manufactura de asbesto en una instalación que había usado 99% de crisotilo.[22]

A pesar de estos estudios, el uso del crisotilo continuó mientras que la producción de anfíbolos se disipó.  Los anfíbolos, que incluso en su apogeo constituían menos del 15 por ciento del mercado mundial de asbesto, se extrajeron solo en Sudáfrica y Australia.  En su apogeo, en 1976, la industria sudafricana empleaba a unas veintitrés mil personas y exportaba fibra por valor de R400 millones a más de cincuenta países.  Como la alarma sobre el mesotelioma se extendió en los Estados Unidos y el Reino Unido, la producción sudafricana cayó de 379.000 toneladas en 1977 a 163.000 toneladas en 1985.  El Departamento de Minas atribuyó esta caída a la creciente competencia de productores de la URSS y Canadá, y a las actividades del que denominaron «movimiento internacional contra el asbesto», que tendría como objetivos la amosita y la crocidolita sudafricana, fibras que constituían el 70% de las exportaciones.  Según el Comité Asesor de Productores de Asbesto de Sudáfrica, el miedo al cáncer estaba siendo utilizado por los competidores para destruir la industria sudafricana.[23]  En el Reino Unido, los Estados Unidos y Europa Occidental, las grandes empresas abandonaron los anfíbolos.  El creciente aislamiento internacional del gobierno por favorecer el apartheid en Pretoria, ayudó a las compañías mineras canadienses y de Rhodesia del Sur a sacar a Sudáfrica del mercado, obteniendo así una mayor participación del crisotilo.

 

CANADÁ Y LA DEFENSA DEL CRISOTILO

Los años ochenta presenciaron las primeras prohibiciones del asbesto, con los países escandinavos como líderes.  Por ejemplo, en 1986, Suecia introdujo la primera de una serie de restricciones sobre el crisotilo.  Sin embargo, la producción mundial anual de asbesto fue de aproximadamente 4 millones de toneladas (que todavía incluía anfíbolos).  La industria era lo suficientemente poderosa como para lanzar una acción de retaguardia sostenida, con Canadá que emergía como un importante defensor del asbesto.  Dentro de Canadá, la publicidad adversa y la presión sindical llevaron a Ontario a declarar en 1982 que el asbesto debía ser un producto «designado» (es decir, regulado).  Las tensiones canadienses sobre el asbesto se resolvieron en 1984, cuando una Comisión Real de Ontario recomendó la prohibición de la crocidolita y la amosita, pero respaldó el uso del crisotilo, si existía un control adecuado del polvo (excepto en la fabricación textil de asbesto, que se creía debía ser prohibida).[24]  Efectivamente, la comisión había circunscrito estrictamente el uso del asbesto en el propio Canadá, al tiempo que garantizaba la continua extracción y exportación del crisotilo canadiense.

Mientras tanto, la financiación de la industria continuó engrasando las ruedas del circuito de conferencias académicas.  En 1982, los delegados a un simposio mundial sobre el asbesto celebrado en Montreal, fueron alentados por el gobierno de Quebec (y miembros de la AIA) para llegar a un consenso sobre el «uso seguro».  Esto fue un preludio a la formación del Instituto del Asbesto (AI) en Quebec en 1984.  Todavía existente, el AI se describe a sí mismo como una organización «sin fines de lucro»; pero siempre ha sido subsidiado por el gobierno federal canadiense, el gobierno de Quebec y los intereses de la minería del asbesto.  En 2001, había recibido alrededor de US$54 millones de sus patrocinadores.  Desde sus inicios, el AI se había dedicado, sobre todo, a promover el «uso seguro del asbesto crisotilo» a través de conferencias, iniciativas de relaciones públicas y difusión de información científica.[25]  Naturalmente, el AI estaba vinculado con sus organizaciones hermanas en todo el mundo[26], como el AIA/NA, y no dudó en mostrar los estudios médicos canadienses y otros que presentaron el asbesto blanco de manera favorable.

Es importante apreciar que el énfasis en la seguridad del crisotilo no solo se utilizó para defender a la industria en el ámbito comercial; también proporcionó su defensa jurídica.  A medida que el número de acciones por lesiones personales aumentaba en la década de los 80, la defensa del crisotilo ─el argumento de que el cáncer de asbesto era específico del tipo de fibra─, se usaba cada vez más en los tribunales, junto con las últimas investigaciones científicas.  La continua experimentación con animales y el examen con microscopio electrónico de la carga pulmonar de las personas que habían muerto por ERA se centraban cada vez más en las dimensiones de las fibras y su biopersistencia: el grado de permanecían en el cuerpo.  Las características físicas de los anfíbolos ─específicamente, su longitud (superior a 5 micras), el espesor de la fibra y su durabilidad─ se identificaron como una posible razón para su capacidad de desencadenar el mesotelioma.[27]  En comparación, se decía que el crisotilo tenía una forma más corta, «rizada», con fibras menos duraderas.

Ciertamente, el crisotilo es mucho más reactivo desde el punto de vista biológico y químico, por lo cual sus fibras tienden a disolverse y dividirse en una multitud de pequeñas fibras que se eliminan del pulmón más fácilmente que los anfíbolos.  Sin embargo, la ciencia no siempre fue tan clara como sugería la industria, principalmente porque aún no se entendían por completo los mecanismos por los cuales cualquier tipo de asbesto inducía cáncer.

La legislación estadounidense sobre asbesto nunca ha diferenciado los tipos de fibra.  En 1986, la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional de EE.UU. (OSHA), revisó la evidencia científica publicada y concluyó que en los estudios todos los tipos de fibra, solos o en combinación, habían sido observados como causantes de cáncer de pulmón, mesotelioma y asbestosis.  Parecía que las fibras largas causaban más daño que las cortas; por otro lado, los científicos estaban lejos de creer que las fibras cortas (menores de 5 micrones) no fueran cancerígenas.  Además, en la década de 1980 los objetivos políticos y sociales se movían continuamente a medida que las percepciones de riesgo cambiaban.  La presión de los medios aumentó considerablemente.  En Gran Bretaña, los documentales de televisión impactantes como el de Alice: A Fight for Life (Alicia. Una lucha por la vida. 1982) no se molestaron en desentrañar el argumento de las dos fibras diferenciadas.  Incluso si lo hubieran hecho, ya existía para la época un flujo constante de estudios que sugerían el vínculo del asbesto crisotilo como causante de mesotelioma (aparte de otros tipos de ERA).  Investigaciones independientes en las minas de Zimbabue hallaron casos de asbestosis, cáncer de pulmón y mesotelioma, aunque la falta de datos hizo imposible calcular las cantidades.  En los países desarrollados, el mesotelioma se encontró en personas expuestas solo al asbesto blanco: mecánicos de frenos, fabricantes de productos de fricción y trabajadores ferroviarios.[28]  También se encontró evidencia de que el asbesto blanco causaba mesotelioma en trabajadores de filtros para vinos y trabajadores de metal, incluso después de haber estado expuestos a exposición ambiental.  Se demostró que un notable exceso de cánceres de pulmón estaba asociado con el hilado textil de asbesto en Charleston, Carolina del Sur.  En 1987, un grupo de trabajo de la IARC concluyó que el crisotilo inducía cáncer de pulmón y mesotelioma pulmonar, y que no existía un nivel seguro de exposición.[29]

Las contraargumentaciones de los canadienses seguían enfatizando el papel de los «contaminantes» y los co-cancerígenos en la enfermedad del asbesto.  Explicaron la alta tasa de cáncer en la fabricación de textiles de asbesto en Charleston, como posiblemente debida al petróleo.  Otra sugerencia intrigante fue la de que muchos de los mesoteliomas observados en los trabajadores del crisotilo (especialmente los mineros y los molineros en Canadá) se debían a los anfíbolos.  Desde la década de 1960, se sabía que el mineral canadiense contenía reibeckita azul fibrosa (es decir, crocidolita), pero los investigadores y las compañías de asbesto inicialmente lo ignoraron, posiblemente porque la crocidolita nunca pudo eliminarse del mineral o del producto final, comprometiendo así el argumento de que el asbesto canadiense era inofensivo.  Sin embargo, a fines de la década de los 80 y en la década de los 90, McDonald y otros sugirieron que la tremolita (que típicamente constituía alrededor del 1 por ciento en el crisotilo de calidad comercial) era la única causa del mesotelioma en los trabajadores canadienses y que, además, si se hacía un esfuerzo para identificar mineral de crisotilo sin tremolita, la extracción podría continuar.  Otros creían que la presencia de la tremolita simplemente subrayaba el hecho de que el asbesto nunca fue una entidad pura, y que señalar una sola variedad como segura siempre había sido imprudente.  Como comentó un crítico: «atribuir la producción de mesotelioma a este contaminante anfíbol… es claramente sospechoso. Si la tremolita no puede eliminarse del crisotilo mediante procesamiento industrial, todo el tema de la contaminación con tremolita parece académico, en el mejor de los casos».[30]  Sin embargo, los científicos de McGill contraatacaron argumentando que mediante una cuidadosa selección y análisis de las minas, la producción de crisotilo con contaminación «mínima» era factible.

 

EL DEBATE AMBIENTAL

A fines de la década de los 80, el asbesto estaba en retirada en todo el mundo.  Pero la intensidad del debate entre crisotilo versus anfíbolos no disminuyó, ni siquiera en países como los Estados Unidos y el Reino Unido, donde la manufactura de asbesto casi que había dejado de existir.  Durante los años 90, el campo de batalla se desplazó hacia las consideraciones ambientales como la contaminación atmosférica por las pastillas de asbesto para frenos, o por el asbesto utilizado en los filtros para bebidas.  Particularmente polémico era el peligro percibido que representaba el asbesto en los edificios.  En América, en 1986, los planes del Congreso de exigir a las escuelas que inspeccionaran el asbesto (y posiblemente lo eliminaran o lo «removieran») provocaron reacciones violentas entre las aseguradoras y los propietarios de bienes inmuebles.  La oposición a las medidas fue liderada por Safe Buildings Alliance, fundada en 1984, que afirmó que el crisotilo (el principal tipo de asbesto usado en los edificios) no era un peligro para la salud.  Los documentos internos de la industria del asbesto muestran que Safe Buildings Alliance fue un frente de batalla para varias compañías de asbesto (especialmente Celotex, US Gypsum y WR Grace) y que su principal interés eran las relaciones públicas.[31]  La Safe Buildings Alliance, junto con agentes de bienes raíces, financiaron el simposio celebrado en Harvard en 1988, el cual hizo propaganda a las narrativas que afirmaban que el peligro del asbesto en los edificios era insignificante.

El núcleo de la oposición estadounidense a la eliminación del asbesto se centró en la microbióloga Brooke Mossman, el médico Bernard Gee y el ingeniero Morton Corn.[32]  Corbett McDonald y sus colegas también apoyaron.  Los artículos aparecieron debidamente en el New England Journal of Medicine y en la popular revista Science, ensalzando la opinión de que los anfíbolos eran el problema, no el crisotilo.  Los artículos eran altamente persuasivos: el editor de Science lamentó que el crisotilo hubiese sido «untado» por una falsa asociación con la crocidolita, lo que generó una enorme publicidad a sus promotores.[33]  Ambos artículos también fueron duramente criticados, no solo por las opiniones expresadas, sino porque los intereses de los autores con la industria del asbesto nunca fueron declarados en ninguna revista.  Entre los destacados críticos estaban Irving Selikoff y sus colegas de la Escuela de Medicina del Mount Sinaí en Nueva York.  En 1990, con el apoyo de los trabajadores organizados y los abogados de los demandantes, ellos organizaron la conferencia «Third Wave» en Nueva York, como un ambicioso contraataque a la reunión de Harvard.[34]  Las líneas de batalla entre los crisofílicos y los crisofóbicos se habían definido ahora con claridad.

En 1993, el editor de la Revista Británica de Medicina Industrial, habiendo reimpreso uno de los estudios de McDonald como una publicación histórica, opinaba que «uno esperaría que las observaciones [de McDonald] hubieran sido bien recibidas, lo que implicaba que existían condiciones bajo las cuales el asbesto podría ser trabajado sin dañar la salud.  Pero… él y sus colegas han sido sometidos a una campaña de vituperios diseñada para lograr fines políticos más que científicos».  En Estados Unidos, una evaluación del problema del asbesto instalado, que lanzó el Health Effects Institute (un organismo financiado por el gobierno con intereses de la industria) confirmaron en gran medida la opinión de que el riesgo de una exposición no ocupacional al asbesto en los edificios era leve y que la remoción representaba un mayor riesgo.[35]  Las leyes del Congreso sobre el manejo del asbesto en todos los edificios comerciales y públicos se archivaron y el espectro del litigio sobre el asbesto en los edificios disminuyó.  Como el «caso de eliminación» fue eliminado, las compañías de asbesto, las aseguradoras y los propietarios de bienes raíces evitaron graves daños financieros.  En medio de la publicidad, sin embargo, los riesgos asociados con los trabajos de mantenimiento y con la alteración de los antiguos materiales de asbesto se habían pasado por alto, como era el hecho de que los edificios a menudo contenían anfíbolos; un punto importante si se aceptaba que estas fibras eran especialmente peligrosas.

A principios de la década de 1990, los crisofílicos estaban en ascenso en diversas conferencias, donde se escucharon quejas sobre la «agrupación de varios minerales bastante diferentes bajo el término ‘asbesto’ «.  Entre 1986 y 1993, en reuniones del Programa Internacional de Seguridad para las Sustancias Químicas (IPCS), donde productos como el asbesto-cemento se declararon aptos para el uso continuo, se detectó la influencia de los canadienses; pero también en reuniones e informes organizados bajo los auspicios de la OMS.  En dichas reuniones se defendió la manufactura del asbesto bajo el concepto de «uso controlado», o mediante los análisis de riesgo que destacaban el «dividendo» social del uso de asbesto en retardantes de fuego y productos de fricción.  Entre los defensores de tales argumentos estuvieron, entre otros, Richard Doll (famoso por sus estudios sobre la vinculación del tabaquismo con el cáncer de pulmón), Corbett McDonald, Peter Elmes (ex director del PRU), Robert Murray (ex asesor médico del Congreso de Sindicatos del Reino Unido), Kevin Browne (médico retirado de Cape asbestos, Ltd.), y Christopher Wagner.[36]  Las compañías de asbesto pronto pidieron a estos partidarios que realizaran estudios sobre muestras puntuales, seleccionadas en las fuerzas laborales o que testificaran en litigios; a veces, en ambos casos.  Estaban convencidas de que el crisotilo era un material esencial que, con las salvaguardas adecuadas, podía utilizarse de manera segura; por lo tanto, a menudo hicieron declaraciones de advertencia contra la desaparición de la industria del asbesto y la pérdida de puestos de trabajo que ello implicaría.

Según McDonald, Wagner consideró el crisotilo como «casi inofensivo».  En Sudáfrica, en la década de 1960, esta opinión no había sido popular entre los productores de crocidolita o algunos de sus colegas científicos. Una vez que Wagner se trasladó a Gran Bretaña, sin embargo, su investigación demostró ser más agradable para las grandes compañías británicas y americanas, con las que alcanzó un modus vivendi.  Desde 1986 hasta 2001, una importante compañía estadounidense de asbesto, Owens-Illinois, hizo pagos regulares a Wagner a través de su firma legal.  La suma total probablemente fue de más de US$300.000, bastante significativa, especialmente a la luz de los bajos salarios que eran pagados a los investigadores en el Reino Unido.  Sin embargo, ni Owens-Illinois ni el mismo Wagner, hablaron nunca de este empleo como «experto en consultoría sobre problemas de asbesto».  No está claro por qué la compañía empleó a Wagner y cuáles fueron los aportes que este hizo a su empleador, por montos superiores a US$6.000 mensuales. Una posibilidad estaba en que hubiera sido contratado para ayudar a revisar la literatura médica, enfatizando los peligros de la crocidolita sobre los de la amosita y el crisotilo, reforzando de esta manera las defensas de Owens-Illinois en los litigios.[37]  Ciertamente, Wagner testificó en su defensa a pedido de los fabricantes de asbesto que usaban crisotilo/amosita, y las transcripciones revelan que fue una experiencia incómoda poco relacionada con la ciencia pura.  Posiblemente Wagner lamentó haberse comprometido de esa manera.  Cuando se le entrevistó en 1998, se quejó de cómo la industria del asbesto se propuso frustrar el descubrimiento científico, y de cómo la ciencia había sido secuestrada por los abogados y la prensa; tanto, que lamentaba haber trabajado alguna vez en las ERA.[38]  La consultoría secreta apareció en un descubrimiento legal, poco antes de la muerte de Wagner en 2001, aunque esto no arruinó ninguno de los obituarios elogiosos que se le hicieron.

Peter Elmes (1921-2003) también consideró insignificante el riesgo del crisotilo.  Él creía que la evidencia del vínculo del crisotilo con el mesotelioma no era concluyente, y respaldaba su uso continuo, en especial si estaba libre de tremolita.  Pensó que incluso el hilado de asbesto blanco podría continuar si se «restringiera a unas pocas fábricas, muy sofisticadas y seguras».  Elmes no dijo dónde estarían ubicadas esas fábricas; y sus comentarios son desconcertantes dado que, como asesor de la industria del asbesto en la década de 1980, había visto por sí mismo ─y criticado─ las polvorientas y peligrosas condiciones en las minas y molinos de Turner & Newall, la empresa más avanzada de la industria.  Uno de los procesos de Turner & Newall que Elmes había criticado era la fabricación de «Fortex», una tecnología de dispersión húmeda basada en crisotilo que mató al menos a un trabajador por mesotelioma.  La visión de Elmes de un crisotilo libre de anfíbolos recibió poca atención por parte de los gerentes de la firma, quienes señalaron que las minas no daban garantías en cuanto al contenido de polvo y que su consideración principal era el costo.[39]

Los crisofóbicos, sin embargo, continuaron siendo voceros de la oposición al crisotilo.  En la década de los 90, como lo demostró Barry Castleman, la participación de la industria en organismos como el IPCS y la OMS se encontró con la resistencia creciente de los científicos que exigían más objetividad para evaluar los riesgos de la salud.  Esto se debió en parte a que una corriente continua de estudios epidemiológicos de lugares tan alejados como Australia, Alemania y los Estados Unidos, describieron los mesoteliomas inducidos por el crisotilo.  La misma enfermedad atacaba a los mineros y molineros italianos (que trabajaron con crisotilo no contaminado con tremolita), a los trabajadores de ferrocarriles y locomotoras, y los mecánicos de automóviles.[40] La IARC y organizaciones estadounidenses como la Agencia de Protección Ambiental, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. y el Instituto Nacional de Salud y Seguridad Ocupacional (NIOHS) consideraron el crisotilo como un agente causante del mesotelioma.  En 1996, por ejemplo, el NIOHS concluyó que el crisotilo debería tratarse con la misma prevención que los anfíbolos.

En 1995, un estudio británico resaltó una inquietante tendencia nacional en la mortalidad por mesotelioma.  No solo estaba aumentando (y se preveía que lo haría hasta al menos el año 2020), sino que un porcentaje sorprendente de los trabajadores afectados eran plomeros, electricistas, trabajadores de la construcción y pintores, incluso maestros de escuela.  Esto brindó una nueva perspectiva respecto de informes anteriores en los que el riesgo del asbesto en edificios era considerado insignificante.  El estudio no trataba específicamente la cuestión de la «seguridad» relativa del crisotilo, ya que a menudo no hay manera de conocer con certeza el historial de exposición de las personas afectadas por el mesotelioma; pero sonó como una advertencia que resucitaba todo el problema del asbesto en los edificios.  De repente, los críticos de la industria del asbesto no parecían ser tan extremos.  La reacción del gobierno ante estos hallazgos fue tardía, pero de largo alcance.  En 1998, el Ejecutivo de Salud y Seguridad del Reino Unido encargó a un grupo del Consejo de Investigación Médica que evaluara el crisotilo.  Su informe fue cauteloso sobre si el crisotilo podría causar mesotelioma en ausencia de trazas de anfíbol, pero subrayó que causaba asbestosis y cáncer de pulmón.  Además, no cabía duda de que el uso de crisotilo para asbesto-cemento y materiales de fricción «no era justificable frente a sustitutos disponibles y técnicamente adecuados», como el alcohol polivinílico, la aramida y las fibras de celulosa.[41]

La reacción de los canadienses fue intransigente. Una edición de 1997 de Annals of Occupational Hygiene, publicada por la British Occupational Hygiene Society (BOHS), mostró los resultados finales del estudio de cohorte de McDonald sobre once mil mineros y molineros de Quebec.  En un gesto poco ortodoxo, el diario llamó a uno de los científicos de McGill, Doug Liddell, a escribir un editorial como invitado. Como Liddell era uno de los coautores de McDonald, en realidad lo que hizo fue editorializar sobre su propio trabajo.  Liddell aprovechó la oportunidad para lanzar un ataque intemperante contra la «amenaza» y la «intensa malicia» de los médicos del Hospital Monte Sinaí: un grupo caracterizado como «Los cabildantes». El artículo sostenía que el crisotilo era «esencialmente inocuo, excepto posiblemente en la fabricación de textiles», y afirmó que esta era la opinión de la mayoría de los científicos en el campo.  Los documentos que surgieron del estudio mostraron un exceso de cánceres de pulmón y treinta y ocho mesoteliomas, que se atribuyeron característicamente a la tremolita. Sin embargo, se afirmó que solo ciertas minas «centrales» en Thetford tenían un problema de tremolita, y que el componente «minero» periférico era muy poco hermético, que podía eliminarse mediante un buen procesamiento para entregar un producto libre de anfíbolos.  El editorial, titulado «Magia, amenaza, mito y malicia», provocó un furor predecible en publicaciones que recogían las respuestas crisofóbicas de W. J. Nicholson (médico del Monte Sinaí) y Morris Greenberg (un epidemiólogo independiente de los Estados Unidos).  El BOHS se distanció de la discusión, diciendo que el Consejo médico de BOHS nunca vio nada antes de la publicación, a pesar de que los editores de los Anales habían precedido el tema en cuestión con la siguiente declaración (que recuerda misteriosamente el comentario en el British Journal of Industrial Medicine): «El grupo [de McDonald] sí… estableció que el crisotilo es una forma mucho menos peligrosa de asbesto que los anfíbolos, especialmente la crocidolita.  Se podría haber supuesto que esto hubiera sido una buena noticia para aquellos preocupados por la salud ocupacional, pero McDonald y sus colegas tuvieron que soportar una campaña de envilecimiento motivada por aquellos cuyas razones a menudo no eran del orden científico».[42]

Sin embargo, la idea de la inocuidad del crisotilo era difícil de vender al creciente número de grupos de acción contra el asbesto que se estaban formando en sitios tan lejanos como Francia, India y Brasil.  Alimentando su continuo crecimiento y enojo estaba la ascendente mortalidad por las ERA.  En 1991 se formó una Red de Prohibición del Asbesto, luego de una conferencia internacional en Brasil.  Facilitado por Internet, el número de grupos internacionales asociados con esta red creció constantemente hasta que en 1999 se formó una Secretaría Internacional para la Prohibición del Asbesto (IBAS).  Como su nombre lo indica, la IBAS exige una prohibición mundial de todos los tipos de asbesto, una llamada que tuvo eco en 1999 por parte del Collegium Ramazzini.[43] Los científicos europeos agregaron combustible a estas demandas con otra proyección inquietante de la mortalidad por ERA.  El Reino Unido prohibió el crisotilo en 1999 (con algunas exenciones temporales), lo que significó la desaparición del asbesto-cemento.[44]  Un año antes, el Consejo de Europa había recomendado que se prohibieran todas las formas de asbesto en cuarenta Estados miembros, una recomendación que habría de convertirse en ley en 2005.  Para entonces, las prohibiciones se estaban instituyendo en Chile, Brasil y Australia; los Estados Unidos también se movían hacia la prohibición.

Las opiniones de los grupos laicos y las de los científicos estaban comenzando a converger.  Los patólogos comenzaron cuestionando las ideas de que únicamente los anfíbolos eran peligrosos y que el asbesto blanco era inofensivo porque se eliminaba más fácilmente de los pulmones.  ¿Qué pasaría si el crisotilo desencadenaba el cáncer antes de ser eliminado?  Después de todo, desde la década de los 80 se sabía que el crisotilo tenía predilección por la pleura: exactamente lo que cabría esperarse si causaba mesotelioma. Cuando los patólogos examinaron las cargas de fibra de mesotelioma bajo el microscopio, ciertamente encontraron anfíbolos, pero también crisotilo.  Por lo tanto, no pudieron excluir el papel del crisotilo en la causa de la malignidad.  Estudios posteriores de tejidos mesoteliales por microscopía electrónica analítica mostraron que, en muchos tumores, el tipo de fibra principal identificado era el crisotilo; además, muchas de las fibras eran «cortas» (menos de 5 micras). Por lo tanto, a mediados de la década de 1990, se había producido una reacción marcada contra los crisofílicos, y algunos incluso sugirieron que el crisotilo era el principal responsable del mesotelioma.[45]  Incluso aquellos que no llegaron tan lejos en este tipo de afirmaciones se negaron a darle un certificado de buena salud al crisotilo.

El consenso emergente sobre el crisotilo como causante del mesotelioma se vio reflejado en varias publicaciones a fines de la década de los noventa. Por ejemplo, en 1997 un grupo multidisciplinario de científicos reunidos en Helsinki descubrió que, aunque el crisotilo era menos potente que los anfíbolos, causaba mesotelioma. Además, en 1998 el IPCS, bajo el patrocinio conjunto del Programa de Medio Ambiente de los Estados Unidos, la Organización Internacional del Trabajo y la OMS, publicó una monografía dedicada enteramente al crisotilo. La monografía concluía: «La exposición al asbesto crisotilo presenta un mayor riesgo de asbestosis, cáncer de pulmón y mesotelioma en una forma de dosis-respuesta.  No se ha identificado ningún umbral para los riesgos carcinogénicos. Cuando se disponga de materiales sustitutos más seguros para el crisotilo, estos deben tenerse en cuenta».[46]  Estos acontecimientos coincidieron con un desafío canadiense, realizado a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la decisión francesa de prohibir el crisotilo.  La industria canadiense ahora era una sombra de lo que había sido.  En 1999, Canadá produjo 345.000 toneladas de asbesto (más del 18 por ciento de la producción mundial), convirtiéndose en el segundo mayor productor después de Rusia; la mayor parte de la fibra se destinaba al mundo en desarrollo (Asia, África y América Latina).  La industria empleaba aproximadamente a mil quinientos trabajadores en varios oficios de minería (una disminución de alrededor de seis mil en 1964).  Sin embargo, la industria canadiense seguía considerando que valía la pena continuar con el Caso francés, como una forma de publicitar las propiedades benéficas del crisotilo a su base de clientes, cada vez menor.  Esto representó otra oportunidad para que los defensores del crisotilo y sus oponentes se enfrentaran: uno, cargando sobre sí prácticas comerciales desleales, y el otro, corrupción científica y desinformación.  La disputa se resolvió a favor de los franceses en 2000, cuando la OMC confirmó para su satisfacción que había un riesgo carcinogénico asociado con la inhalación de fibras de crisotilo, con la seguridad de que el «uso controlado» no había sido demostrado, y que sustitutos como la fibra de vidrio eran menos carcinogénicos.[47]

 

PERSPECTIVAS

En cualquier punto que se analice, el debate sobre el crisotilo parece altamente incomprensible, sobre todo para el público.  Lo sigue siendo hoy.  Parecía que con los informes de la OMS/OMC se podría haber llegado a algún tipo de consenso. Sin embargo, las controversias científicas han continuado sin parar; como también la propaganda.  En 2001, los argumentos sobre la prohibición del asbesto se ventilaron nuevamente en el Canadian Medical Association Journal.  Los oponentes eran personas bastante familiares: científicos y médicos canadienses que defendían la exportación y el uso continuado del crisotilo; y sus críticos, muchos del Collegium Ramazzini, que argumentaban lo contrario.  Mientras tanto, los artículos continuaron acumulándose y mostrando los peligros del crisotilo o sugiriendo que los anfíbolos mezclados en el crisotilo eran realmente los culpables del peligro que este representaba.  En 2003, el gobierno canadiense expresó su continuado apoyo a la industria con una subvención de US$775.000, repartida en tres años.  En Gran Bretaña, año 2002, como en una repetición de la debacle estadounidense del asbesto en edificios, el Daily Telegraph denunció las regulaciones gubernamentales para obligar a los propietarios a gestionar el asbesto in situ y a proporcionar a quienes trabajasen en su propiedad, una descripción de los materiales de asbesto utilizados en la construcción.  El periódico enfatizó que la mayor parte del asbesto en los edificios era crisotilo; un mineral, argumentó, tan seguro como el polvo de talco.[48] Los artículos una vez más dieron a entender que el crisotilo era benigno, incrementando la incertidumbre entre el público.  Parecería que los debates fueran incapaces de resolver la controversia.

En este sentido, una mirada histórica es útil. A pesar de la aparente confusión en puntos particulares, en general estamos sorprendidos por la consistencia del cuadro.  Primero, siempre ha existido un espectro de riesgo percibido.  Los anfíbolos han sido tradicionalmente considerados por los trabajadores como los más peligrosos; un hecho aparentemente confirmado por la experiencia.  Los mayores desastres sanitarios de la industria del asbesto: Hebden Bridge y Armley en el Reino Unido, Wittenoom en Australia, Penge y Prieska en Sudáfrica, Tyler en Texas y Libby en Montana, generalmente han involucrado a los anfíbolos.[49]  Décadas de investigación científica simplemente han confirmado lo que los trabajadores ya sospechaban, aunque todavía se debate sobre qué tan carcinogénica es la crocidolita respecto del crisotilo.[50]  En segundo lugar, el crisotilo nunca ha sido considerado libre de riesgos por los trabajadores ni por la mayoría de los científicos. Existe abundante evidencia de que el crisotilo puede causar mesotelioma; y, por supuesto, también puede causar cáncer de pulmón y asbestosis, un hecho que a menudo se ha olvidado en el debate sobre el crisotilo, el cual se ha centrado cada vez más en el mesotelioma. Los crisofílicos canadienses han tratado persistentemente de demostrar que el asbesto blanco es inocuo, pero sus afirmaciones aún no se han demostrado y sus recomendaciones probablemente no son prácticas.  En tercer lugar, y tal vez lo más importante, el proceso científico ha sido fuertemente influenciado por los recursos de la industria, algo que no siempre es evidente en la literatura científica, a menudo considerada ecuánime e imparcial.  Aquellos que no estén familiarizados con la historia del asbesto pueden preguntarse por qué se han dedicado más de cuarenta años a una investigación tan intensa, sobre un mineral que ya tenía un historial desastroso en los años sesenta.  Esto es explicable solo en términos de los intereses de la industria del asbesto en la minería y la fabricación de productos con asbesto, que a mediados de la década de 1960 se propusieron demostrar que el crisotilo no causaba mesotelioma, convirtiendo así este cánc er en un problema relacionado con el tipo de fibra.

El uso del asbesto continúa incluso después de que los informes de la OMS/OMC han demostrado que el argumento es ahora esencialmente político y económico.  En cierto sentido, siempre fue así, porque ─como lo muestra este ensayo─ el asbesto ha sido demasiado rentable para ser abandonado sin una lucha por los intereses comerciales.  La influencia de estos últimos explica en gran parte por qué lo que se conoce como el «principio de precaución» nunca fue capaz de operar libremente con respecto al asbesto.[51] De manera similar, explica por qué ha habido mucho más debate e investigación sobre el asbesto que sobre los méritos de los materiales substitutos, los cuales desde al menos la década de 1970 han ofrecido alternativas mucho más seguras. También explica por qué el debate actual sobre el asbesto se ha desplazado sutilmente hacia la cuestión del riesgo relativo, abriendo así el camino para continuar con la manipulación del asbesto en condiciones «controladas». Los crisofílicos deberían estar en terreno firme aquí, pero dos hechos hacen que esta sea la parte más débil de su caso. En primer lugar, los intereses de la minería y la manufactura canadienses han fallado abismalmente en proporcionar condiciones de trabajo seguras para sus empleados, con consecuencias, en términos de ERA, que todavía se sienten. En segundo lugar, el historial de la industria en los países en desarrollo ha sido peor, e incluso hoy en día las condiciones de trabajo deficientes y las ERA siguen siendo la norma.  Como los críticos del asbesto han advertido, los productos pueden trasladarse con relativa facilidad, pero el conocimiento sobre los peligros y las medidas de seguridad viaja más lentamente.  El aumento de la promoción de los productos de tabaco (que tienen un efecto sinérgico con el asbesto) en los países de economías emergentes, también tiene una gran repercusión sanitaria.[52]  Por lo tanto, el «uso controlado» es, en el mejor de los casos, un ideal irrealizable en los países en desarrollo y, en el peor, otro mito de la industria.  El solo hecho de que la minería y la manufactura, en los países de economías emergentes, no esté regulada, hace que el crisotilo siga siendo una alternativa económica, lo cual garantiza que el debate entre los crisofílicos y los crisofóbicos continúe.

 

[1] * Centre for Business History, Manchester Metropolitan University Business School, Aytoun Street, Man-chester M1 3GH, United Kingdom.

** School of Social Science and Planning, RMIT University, City Campus, GPO Box 2476V, Melbourne, 3001, Victoria, Australia.

In researching this article, we drew extensively on documents produced in legal discovery in America. Of particular relevance is the Turner & Newall collection, produced in Chase Manhattan Bank v. T&N (87 Civ. 4436, Judge J. G. Koeltl), U.S. District Court, Southern District of New York, 27 Oct.–6 Dec. 1995. A microfilm copy of the T&N collection (as copied by Chase) is held at Manchester Metropolitan University BusinessSchool, United Kingdom. Documents from this collection are referenced in this essay as T&N microfilm archive, with reel/frame numbers. In addition, we had access to a treasure trove of unpublished documents on the Canadian asbestos industry, which was generously copied to us on DVD by David Egilman, Brown University,Providence, Rhode Island. We hold copies of all the documents cited in the article. Finally, we must thank Morris Greenberg, who kindly cast an expert medical eye over an early draft. Any errors that remain are our own; so are the views expressed. Geoffrey Tweedale has no competing interests; Jock McCulloch was a consultant for plaintiffs’ attorneys in Lubbe v. Cape plc (2000).

[2] Richard Stone, “No Meeting of Minds on Asbestos,” Science, 15 Nov. 1991, 254:928–931, p. 928.  La «primera ola» de ERA (enfermedades relacionadas con el asbesto) fue causada por la exposición ocupacional al asbesto; la «segunda ola» fue causada por la exposición ocupacional indirecta (como en los oficios de la construcción); y la «tercera ola» se debe a la exposición en el entorno (por ejemplo, entre el personal de la oficina y las amas de casa expuestas a un overol polvoriento).

[3] Las fibras de asbesto, después del procesamiento del mineral huésped, se pueden usar en una variedad de productos (textiles, cemento, revestimientos de frenos, productos aislantes) que aprovechan las valiosas propiedades del asbesto: alta resistencia a la tracción, flexibilidad, resistencia a los productos químicos y altas temperaturas, y alta resistencia eléctrica.  Ver Catherine W. Skinner, Malcolm Ross, and Clifford Frondel, Asbestos and Other Fibrous Minerals (New York: Oxford Univ. Press, 1988).

[4] J. C. McDonald, “Unfinished Business: The Asbestos Textiles Mystery”, Annals of Occupational Hygiene, 1998, 42:3–5, p. 3.  Para las cifras, ver Canadian Minerals Yearbook (2002),

www.nrcan.gc.ca/mms/cmy/content/2002/20.pdf.

[5] M. Greenberg, “Dust Exposure and Mortality in Chrysotile Mining, 1910–76” [letter], Journal of Occupational and Environmental Medicine, 1994, 51:431. Para el trabajo en la historia de la medicina ocupacional, ver, por ejemplo, Ronald Bayer, ed., The Health and Safety of Workers: Case Studies in the Politics of Professional Responsibility (Oxford: Oxford Univ. Press, 1988); Claudia Clark, Radium Girls: Women and Industrial Health Reform, 1910– 1935 (Chapel Hill: Univ. North Carolina Press, 1997); David Rosner and Gerald Markowitz, Deadly Dust: Silicosis and the Politics of Occupational Disease in Twentieth-Century America (Princeton, N.J.: Princeton Univ. Press, 1991); Samuel S. Epstein, The Politics of Cancer Revisited (New York: East Ridge, 1998); Stanton A. Glantz, John Slade, Lisa A. Bero, Peter Hanauer, and Deborah E. Barnes, The Cigarette Papers (Berkeley: Univ. California Press, 1996); Markowitz and Rosner, Deceit and Denial: The Deadly Politics of Industrial Pollution (Berkeley: Univ. California Press, 2002); Robert N. Proctor, Cancer Wars: How Politics Shapes What We Know and Don’t Know about Cancer (New York: Basic, 1995); and Christopher C. Sellers, Hazards of the Job: From Industrial Disease to Environmental Health Science (Chapel Hill: Univ. North Carolina Press, 1997).

[6] Reginald Tage, un sindicalista de Cape Asbestos Company en el Reino Unido, planteó la cuestión de si «el asbesto anfíbol tiene un mayor factor de riesgo para los empleados que las variedades serpentinas»: Reginald Tage a Sir T. Legge, 25 de enero. 1932, MSS 292 / 144.3 / 6, Centro de Registros Modernos de la Universidad de Warwick, Reino Unido. El médico de la compañía de El Cabo, mientras tanto, observó que los trabajadores creían que los anfíboles (asbesto azul y asbesto marrón) eran más peligrosos que el crisotilo. Ver H. Wyers, “That Legislative Measures Have Proved Generally Effective in the Control of Asbestosis” (M.D. thesis, Glasgow Univ., 1946), p. 48.

[7] B. Dewey (Dewey & Almy Chemical Company) to Manfred Bowditch, 19 Feb. 1938.

[8] Christopher Wagner, “Disputes on the Safety of Asbestos,” New Scientist, 7 Mar. 1974, pp. 606–609, p. 606.

[9] En el siglo XX, Gran Bretaña importó 150.000 toneladas de crocidolita, 600.000 toneladas de amosita y 5 millones de toneladas de crisotilo. En 1964, el Reino Unido importó 7.500 toneladas de crocidolita (utilizada principalmente en baterías de automóviles y cemento de asbesto), 22.500 toneladas de amosita y 154.000 toneladas de crisotilo. Ver Ministry of Labour and HM Factory Inspectorate, Problems Arising from the Use of Asbestos: Memorandum of the Senior Medical Inspector’s Advisory Panel (London: HMSO, 1967), p. 8. En comparación, en 1973, los Estados Unidos utilizaron 18.000 toneladas de crocidolita, 4.000 toneladas de amosita y 840.000 toneladas de crisotilo. Ver Irving J. Selikoff and Douglas H. K. Lee, Asbestos and Disease (New York: Academic Press, 1978), p. 56.

[10] S. Holmes to Griffin & George, Ltd., 22 Apr. 1968, T&N microfilm archive, 15/1355; and Geoffrey Tweedale,

Magic Mineral to Killer Dust: Turner & Newall and the Asbestos Hazard, 2nd ed. (Oxford: Oxford Univ. Press,

2001), p. 207.

[11] Jock McCulloch recibió información sobre la mezcla de amosita y crocidolita realizada por antiguos mineros durante una visita a Penge en noviembre de 2002. Sobre el anfíbol en crisotilo «puro», ver A. Churg and B. Wiggs, “Fiber Size and Number in Workers Exposed to Processed Chrysotile Asbestos, Chrysotile Miners, and the General Population,” American Journal of Industrial Medicine, 1986, 9:143–152; and Churg, “Chrysotile, Tremolite, and Malignant Mesothelioma in Man,” Chest, 1988, 93:621–628. El problema de la deformación fue discutido en Jock McCulloch, entrevista con Pat Hart, CEO de Griqualand Exploration & Finance Company, Braamfontein, Johannesburgo, 6 de julio de 2001; la adición de crocidolita como un «antibiótico de amplio espectro» se observa en McCulloch, entrevista con Hart, 7 de julio de 1999.

[12] I. J. Selikoff to Marie Ehrmann, 31 July 1973; International Union Against Cancer, “Report and Recommendations of the Working Group on Asbestos and Cancer,” Annals of the New York Academy of Sciences, 1965, 132:706–721, en p. 711; y J. C. Gilson, “Asbestos Cancer: Past and Future Hazards,” Proceedings of the Royal Society of Medicine, 1973, 66:395–403. Para estudios que sugieren que el crisotilo podría causar mesotelioma, ver A. D. McDonald, A. Harper, O. A. El Attar, and J. C. McDonald, “Epidemiology of Primary Malignant Mesothelial Tumors in Canada,” Cancer, 1970, 26:914–919; M. Borow, A. Conston, and L. Livornese, “Mesothelioma Following Exposure to Asbestos: A Review of Seventy-two Cases,” Chest, 1973, 64:641–646; and M. Greenberg and T. A. Lloyd Davies, “Mesothelioma Register, 1967–68,” British Journal of Industrial Medicine, 1974, 31:91–104.

[13] Peter Elmes, “Conflicts in the Evidence of the Health Effects of Mineral Fibres,” in Mineral Fibers and Health, ed. Douglas Liddell and Klara Miller (Boca Raton, Fla.: CRC Press, 1991), pp. 322–335, en p. 328. Para los experimentos de Wagner, ver J. C. Wagner and G. Berry, “Mesothelioma in Rats Following Inoculation with Asbestos,” British Journal of Cancer, 1969, 23:578–581; J. C. Wagner, Berry, and V. Timbrell, “Mesotheliomata in Rats after Inoculation with Asbestos and Other Minerals,” ibid., 1973, 28:173–185; and J. C. Wagner, Berry, J. W. Skidmore, and Timbrell, “The Effects of the Inhalation of Asbestos in Rats,” ibid., 1974, 29:252–269.

[14] J. C. Wagner, P. Bogovski, and J. Higginson, “The Role of International Research in Occupational Cancer,” Medicina del Lavoro, 1972, 63:213–220, en p. 220.

[15] Minutas: reunión para debatir sobre la formación de la Asociación de Información sobre el Asbesto/América del Norte, jueves 5 Nov. 1970 (8306A), p. 4; Actas: reunión con la Junta de Directores, Asociación de Información sobre el Asbesto/América del Norte, jueves, 24 de agosto de 1971 (8301), p. 5 («líneas de acción»); AIA/NA, Artículos para discusión, 23 de marzo de 1973 (manchando a Selikoff); y «IOEH: Una revisión de antecedentes y proyectos patrocinados,» n.d., ca. 1974, archivo de microfilmes de T & N, 71 / 20-45.

[16] QAMA, Minutas de la Reunión Especial . . . realizada el 28, 29 March 1968, en el Grand Bahama Hotel and Country Club, Grand Bahamas; y QAMA, Paul-A. Filteau, Notes on Dr. Irving Selikoff, guest speaker, Univ. Toronto, 2, 3 May 1973. Sobre el trabajo de IOEH véase Paul Brodeur, Expendable Americans (New York: Viking, 1974), pp. 131–134. Para las primeras instancias de mesotelioma y cáncer de pulmón entre los trabajadores canadienses de crisotilo, véase W. E. Smith, “Surveys of Some Current British and European Studies of Occupational Tumor Problems,” Archives of Industrial Hygiene and Occupational Medicine, 1952, 5:242–262; sobre su supresión véase Barry I. Castleman, Asbestos: Medical and Legal Aspects, 4th ed. (Englewood Cliffs, N.J.: Aspen Law & Business, 1996), pp. 86–87, 113–117.

[17] Corbett McDonald CBC radio interview, 7 Mar. 1975, T&N microfilm archive, 79/1191–1196. El consultor de la industria A. J. Lanza expresó una opinión más escéptica de la industria canadiense del asbesto, y escribió: «Siempre tuve la sensación de que [el argumento de los canadienses] estaba motivado por el interés propio en lugar de hacer una contribución científica». A. J. Lanza a Bowditch, 13 de diciembre de 1937. Véase también M. Greenberg, “Trust Me, I’m a Doctor,” Amer. J. Indus. Med., 2000, 37:232–234.

[18] A. D. McDonald and J. C. McDonald, “Mesothelioma after Crocidolite Exposure during Gas Mask manufacture,” Environmental Research, 1978, 17:340–346; and Aniruddha De, “Petrology of Dikes Emplaced in the Ultramafic Rocks of South-Eastern Quebec” (Ph.D. diss., Princeton Univ., 1961).

[19] Para las críticas americanas ver D. Egilman, C. Fehnel, and S. R. Bohme, “Exposing the ‘Myth’ of ABC, ‘Anything But Chrysotile’: A Critique of the Canadian Asbestos Mining Industry and McGill University Chrysotile Studies,” Amer. J. Indus. Med., 2003, 44:540–557. Sobre las condiciones de trabajo en plantas canadienses ver R. Storey and W. Lewchuck, “From Dust to DUST to Dust: Asbestos and the Struggle for Worker Health and Safety at Bendix Automotive,” Labour/Le Travail [Journal of Canadian Labour Studies], 2000, 45:103–140. Para el comentario de Baudry’s ver R. Beaudry, G. Lagace, and L. Jukau, Rapport final: Comité d’Etude sur la Salubrité dans l’Industrie de l’Amiante (Quebec: Le Comité, 1976), p. 381. Ver también Lloyd Tataryn, Dying for a Living: The Politics of Industrial Death (Ottawa: Deneau & Greenberg, 1979), pp. 15–60. Para las críticas de las cifras de mesotelioma de McDonald, vea Subcommittee on Environmental Health, Department of National Health and Welfare, Report of the Asbestosis Working Group, Ottawa, 15 Feb. 1976, copy in T&N microfilm archive, 417/ 1220–1250.

[20] Health and Safety Commission, Asbestos, Vol. 1: Final Report of the Advisory Committee (London: HMSO, 1979), p. 62. Sobre el Consejo de Investigación de la Asbestosis, ver  Geoffrey  Tweedale, “Science or Public Relations? The Inside Story of the Asbestosis Research Council,” Amer. J. Indus. Med., 2000, 38:723–734.

[21] Nancy Tait, Asbestos Kills, 2nd ed. (1976; London: Privately published, 1977), pp. i–ii; and Alan Dalton, Asbestos Killer Dust (London: BSSRS Publications, 1979), p. 48. Ver también London Hazards Centre, The Asbestos Hazards Handbook (London: London Hazards Centre, 1995), pp. 103–104.

[22] Para la evaluación temprana de IARC ver WHO/IARC, Biological Effects of Asbestos: Proceedings of a Working Conference Held at the IARC, Lyon, France, 2–6 October 1972, IARC Scientific Publications No. 8 (Lyon: IARC, 1973); la evaluación más independiente es IARC Monographs on the Evaluation of the Carcinogenic Risk of Chemicals to Man, Vol. 14 (from IARC Working Group, Lyon, 4–17 Dec. 1976) (Geneva: WHO, 1977), p. 80. Véase también L. Tomatis, “The IARC Monographs Program: Changing Attitudes towards Public Health,” International Journal of Occupational and Environmental Health, 2002, 8:144–152. Para el  punto de vista de Wagner, ver J. C. Wagner, G. Berry, J. W. Skidmore, and F. D. Pooley, “The Comparative Effect of Three Chrysotiles by Injection and Inhalation in Rats,” en IARC, Biological Effects of Mineral Fibres, IARC Scientific Publications No. 30 (Lyon: IARC, 1980), pp. 363–373; el estudio estadounidense es C. Robinson, R. A. Lemen, and J. K. Wagoner, “Mortality Patterns, 1940–1975, among Workers Employed in an Asbestos Textile Friction and Packing Products Manufacturing Facility,” en Dust and Disease, ed. Lemen and J. M. Dement (Park Forest, Ill.: Pathotex, 1979), pp. 131–143.

[23] “Tackling Asbestos,” Johannesburg Financial Mail, 30 Apr. 1976 (1976 figures); P. H. R. Snyman, “Safety and Health in the Northern Blue Asbestos Belt,” Historia, 1988, 33:31–52, en p. 32 (output slump); Report of the Department of Mines for the Year Ending 31 December 1978 (Pretoria: Government Printer, 1979), p. 7; y “Mounting Campaign against SA Asbestos,” Johannesburg Citizen, 11 July 1977.

[24] Report of the Royal Commission on Matters of Health and Safety Arising from the Use of Asbestos in Ontario, 3 vols. (Toronto: Queen’s Printer, 1984).

[25] Actas del Simposio Mundial sobre el Asbesto celebrado los días 25, 26 y 27 de mayo de 1982, en Montreal, Quebec, Canadá (Quebec: Canadian Information Centre, 1982). Sobre «soporte» para la IA ver Bill Schiller, “Why Canada Pushes Killer Asbestos,” Toronto Star, 20 Mar. 1999; Schiller, “Asbestos ‘King’ Admits Fibres Will Kill,” ibid., 21 Mar. 1999; and Schiller, “A Deadly Export,” ibid., 23 Mar. 1999. Sobre la misión del instituto véase la página web del Instituto del Asbesto: www.asbestos-institute.ca.

[26] Nota de los traductores: La Asociación Internacional de Crisotilo es un grupo de presión creado por la industria mundial del asbesto. Su objetivo es promover el uso del asbesto, especialmente en Asia, América Latina y África. Originalmente se llamaba Asociación Internacional del Asbesto (AIA) y se estableció en el Reino Unido en 1976. Dos décadas más tarde, cuando el Reino Unido y Europa avanzaban hacia la prohibición del asbesto, la AIA necesitaba encontrar un entorno más hospitalario. ¿Qué podría ser mejor que Canadá, un importante exportador de asbesto con el activo inestimable de permitir que la credibilidad internacional de Canadá y la bandera de Canadá se utilizaran como frentes para la propaganda sobre el asbesto?

En 1997, la AIA se trasladó a Montreal en Quebec y estableció una relación acogedora con la organización de lobby canadiense, el Instituto del Asbesto. El presidente del Instituto del Asbesto, Clément Godbout, también era el presidente de la AIA. El Ministro de Recursos Naturales de Canadá, Ralph Goodale, se jactó: «La ubicación de esta oficina central subraya el liderazgo internacional y la experiencia de Canadá en el tratamiento de las cuestiones relacionadas con el asbesto crisotilo».  A fin de mantener una mejor imagen, la AIA y el Instituto del Asbesto eliminaron la palabra «Asbesto» de sus nombres en 2005, volviendo a inscribirse en el registro de empresas de Quebec como la Asociación Internacional del crisotilo y el Instituto del crisotilo. En los anales de esta organización figura como miembro de la junta directiva de la Asociación Internacional del crisotilo en octubre 4 de 2011, Jorge Hernán Estrada, Presidente de Alcolfibras, el lobby de la industria del asbesto en Colombia. Ruff, Kathleen. Exposé of the International Chrysotile Association. Mon, Feb 18, 2013.

https://rightoncanada.ca/?p=1862.

[27] M. F. Stanton, M. Layard, E. Tegeris, E. Miller, M. May, E. Morgan, and A. Smith, “Relation of Particle Dimension to Carcinogenicity in Amphibole Asbestos and Other Fibrous Materials,” Journal of the National Cancer Institute, 1981, 67:965–975. Ver también R. F. Dodson, M. A. L. Atkinson, and J. L. Levin, “Asbestos Fiber Length as Related to Potential Pathogenicity: A Critical Review,” Amer. J. Indus. Med., 2003, 44:291–297.

[28] Con respecto a la longitud de la fibra, ver Selikoff and Lee, Asbestos and Disease (cit. n. 8), pp. 427–428. Para la investigación del crisotilo en las minas de Zimbabue ver Rabelan Baloyi, “Exposure to Asbestos among Chrysotile Miners, Millers, and Mine Residents and Asbestosis in Zimbabwe” (Ph.D. diss., Inst. Occupational Health, Univ. Kuopio, Helsinki, 1989), p. 65; and M. Cullen and Baloyi, “Chrysotile Asbestos and Health in Zimbabwe, I: Analysis of Miners and Millers Compensated for Asbestos-Related Diseases since Independence (1980),” Amer. J. Indus. Med., 1991, 19:161–169. Sobre el mesotelioma en mecánicos de frenos ver A. M. Langer and W. T. E. McCaughey, “Mesothelioma in a Brake Repair Worker,” Lancet, 13 Nov. 1982, 8307:1101–1102; M. J. Teta, H. C. Lewinsohn, J. W. Meigs, R. A. Vidone, L. Z. Mowad, and J. T. Flannery, “Mesothelioma in Connecticut, 1955–1977: Occupational and Geographical Associations,” Journal of Occupational Medicine, 1983, 25:749–756; and M. Huncharek, J. Muscat, and J. V. Capotorto, “Pleural Mesothelioma in a Brake Mechanic,” Brit. J. Indus. Med., 1989, 46:69–71. Sobre el mesotelioma en trabajadores ferroviarios ver T. F. Mancuso, “Relative Risk of Mesothelioma among Railroad Machinists Exposed to Chrysotile,” Amer. J. Indus. Med., 1988, 13:639–657.

[29] Sobre el mesotelioma en trabajadores de filtros para vinos, ver G. Scansetti, F. Mollo, G. Tiberi, A. Andrion, and G. Piolatto, “Pleural Mesothelioma after a Short Interval from First Exposure in the Wine Filter Industry,” Amer. J. Indus. Med., 1984, 5:335–339; en trabajadores de metales, ver K. Moringa, N. Kohyama, K. Yokohama, Y. Yasui, I. Hara, M. Sasaki, Y. Suzuki, and Y. Sera, “Asbestos Fibre Content of Lungs with Mesotheliomas in Osaka, Japan: A Preliminary Report,” in WHO/IARC, Non-Occupational Exposure to Mineral Fibres, IARC Scientific Publications No. 90 (Lyon: IARC, 1989), pp. 438–443; and after environmental exposure to white asbestos see K. M. Wolf, Z. H. Piotrowski, J. D. Engel, L. G. Bekeris, E. Palacios, and K. A. Fisher, “Malignant Mesothelioma with Occupational and Environmental Asbestos Exposure in an Illinois Community Hospital,” Archives of Internal Medicine, 1987, 147:2145–2149. Sobre los resultados de Charleston ver J. M. Dement, R. L. Harris, M. J. Symons, and C. M. Shy, “Exposures and Mortality among Chrysotile Asbestos Workers, Pt. II: Mortality,” Amer. J. Indus. Med., 1983, 4:421–433. Para llegar a la conclusión de que no había un nivel seguro de exposición al crisotilo, véase WHO/ IARC, IARC Monographs on the Evaluation of Carcinogenic Risks to Humans: Overall Evaluations of Carcinogenicity: An Updating of IARC Monographs Vols. 1–42, Supplement 7 (Lyon: IARC, 1987).

[30] M. Huncharek, “Asbestos and Cancer: Epidemiological and Public Health Controversies,” Cancer Investigation, 1994, 12:214–222, on p. 217. Sobre posible contaminación por aceite ver P. Sebastien, J. C. McDonald, A. D. McDonald, B. Case, and R. Harley, “Respiratory Cancer in Chrysotile Textile and Mining Industries: Exposure Inferences from Lung Analysis,” Brit. J. Indus. Med., 1989, 46:180–187; sobre contaminación por tremolita ver Churg, “Chrysotile, Tremolite, and Malignant Mesothelioma” (cit. n. 10).

[31] Robert J. Day to C. F. N. Hope, 26 Oct. 1989, T&N microfilm archive, 504/981–982; and Safe Buildings Alliance, Asbestos in Buildings: What Owners and Managers Should Know (Washington, D.C., 1989), T&N microfilm archive, 504/905–942.

[32] Castleman, Asbestos (cit. n. 15), pp. 822–827. Véase también J. E. Alleman and B. T. Mossman, “Asbestos Revisited,” Scientific American, July 1997, 277:70–76, que junto con una imagen del transbordador espacial ensalza el asbesto como un «producto vital de importancia global estratégica» que «todavía puede considerarse bueno».

[33] B. T. Mossman and J. B. L. Gee, “Asbestos-Related Diseases,” New England Journal of Medicine, 29 June 1989, 320:1721–1730; and Mossman, J. Bignon, M. Corn, A. Seaton, and Gee, “Asbestos: Scientific Developments and Implications for Public Policy,” Science, 19 Jan. 1990, 247:294–301. Para la observación del editor, vea a Philip H. Abelson, “The Asbestos Removal Fiasco,” ibid., 2 Mar. 1990, 247:1017.

[34] Para las críticas ver, por ejemplo, SheldonW. Samuels, “Asbestos, Carcinogenicity, and Public Policy” [letter], Science, 18 May 1990, 248:795–796. El New England Journal of Medicine, 11 Jan. 1990, 322:131, respondió: «Mantuvimos la divulgación de [los autores] [de las consultorías de asbesto] en el archivo, pero decidimos no publicarla». Sobre la conferencia de Nueva York ver P. J. Landrigan and H. Kazemi, eds., “The Third Wave of Asbestos Disease: Exposure to Asbestos in Place: Public Health Control,” Ann. N.Y. Acad. Sci., 1991, 643:1–628.

[35] “Editor’s Choice,” Brit. J. Indus. Med., 1993, 50:1058; and Health Effects Institute, Asbestos in Commercial

Buildings: A Literature Review and Synthesis of Current Knowledge (Boston, Mass.: Health Effects Institute,

1991). Para un historial patrocinado por W. R. Grace acerca de la controversia sobre el asbesto en los edificios, que es muy crítico con la política de reducción de la Agencia de Protección Ambiental, vea Jacqueline K. Corn, Environmental Public Health Policy for Asbestos in Schools: Unintended Consequences (Boca Raton, Fla.: Lewis, 1999). El autor es el esposo de Morton Corn.

[36] Para la queja sobre el uso general del término “asbestos” ver G. W. Gibbs, F. Valic, and K. Browne, eds., “Health Risks Associated with Chrysotile Asbestos: Report of Workshop in Jersey, Channel Islands, 14– 17 November 1993,” Ann. Occup. Hyg., 1994, 38:399–646, on p. 401. Sobre la “Influencia canadiense” ver B. I. Castleman, “The Manipulation of ‘Scientific Organisations’: Controversies at International Organisations over Asbestos Industry Influence,” Annals of the Global Asbestos Congress: Past, Present, and Future, Osasco, Brazil, 17–20 Sept. 2000, CD-ROM. El punto de vista de Browne se transmite en Kevin Browne, «Crisotilo: umbrales de riesgo», documento presentado en un Seminario internacional sobre la seguridad en el uso del asbesto crisotilo: fundamento para la acción reguladora con base científica, La Habana, Cuba, 12-13 de septiembre de 2000, publicado en el sitio web de AI: www.chrysotile.com/en/hltsfty/ browne.htm

[37] El obituario de McDonald sobre Wagner, London Independent, 4 de julio de 2000; affidávit de Paul J. Hanly, Jr., en Owens-Illinois, Inc., v. T & N, Ltd., en el Tribunal de Distrito de los EE. UU. Para el Distrito Este de Texas, División Marshall, CA No. 2-99CV01117-DF, 24 de enero de 2000, pág. 10; y una declaración jurada enmendada de R. Bruce Shaw en respuesta a la declaración jurada de Paul. J. Hanly, Jr., en Owens-Illinois v. T & N, 16 de febrero de 2000.

[38] Deposición de JC Wagner, Claude Cimino contra Raymark Industries, Stafford Hotel, Londres, 30 de mayo de 1990, en la que afirmó que «el crisotilo no causa mesotelioma», pero la amosita sí puede, «probablemente con una dosificación muy pesada» (págs. 79-80); y McCulloch, entrevista con J. C. Wagner, Weymouth, Dorset, 22 de marzo de 1998.

[39] P. C. Elmes, “Mesotheliomas and Chrysotile,” Ann. Occup. Hyg., 1994, 38:547–553; y Elmes, “Conflicts in the Evidence” (cit. n. 12), p. 334 (quotation). Para la crítica de Elmes a la manufactura de “Fortex” véase Tweedale, Magic Mineral to Killer Dust (cit. n. 9), p. 259. Para la respuesta de Turner & Newall al punto de vista de Elmes ver N. Rhodes to S. Marks, 2 Apr. 1983, T&N microfilm archive, 310/1676–1677.

[40] Castleman, “Manipulation of ‘Scientific Organizations’” (cit. n. 34). Entre los informes sobre el mesotelioma inducido por crisotilo, véase A. J. Rogers, J. Leigh, G. Berry, D. A. Ferguson, H. B. Mulder, and M. Ackad, “Relationship between Lung Asbestos Fiber Type and Concentration and Relative Risk of Mesothelioma: A Case Control Study,” Cancer, 1991, 67:1912–1927; W. Sturm, B. Menze, J. Krause, and B. Thriene, “Use of Asbestos, Health Risks, and Induced Occupational Diseases in the Former East Germany,” Toxicology Letters, 1994, 72:317–324; and W. J. Nicolson and P. J. Landrigan, “The Carcinogenicity of hrysotile Asbestos,” in Advances in Modern Experimental Toxicology, Vol. 22: The Identification and Control of Environmental and Occupational Diseases: Asbestos and Cancers, ed. M. A. Mehlman and A. Upton (Princeton, N.J.: Princeton Scientific Publishing, 1995), pp. 407–423. Sobre el mesotelioma en los trabajadores italianos de la mina y la fábrica ver G. Piolatto, E. Negri, C. La Vecchia, E. Pira, A. Decarli, and J. Peto, “An Update of Cancer Mortality among Chrysotile Asbestos Miners in Balangero, Northern Italy,” Brit. J. Indus. Med., 1990, 47:810–814. Sobre la enfermedad en trabajadores de ferrocarriles y locomotoras, véase C. Maltoni, C. Pinto, and A. Mobiglia, “Mesotheliomas Due to Asbestos Used in Railroads in Italy,” in Landrigan and Kazemi, eds., “Third Wave of Asbestos Disease” (cit. n. 32), pp. 347–367; and J. R. Ruttner, “Mesothelioma in Swiss Railroad Workers,” ibid., pp. 404–406. Sobre el mesotelioma en mecánicos de carros ver H.-J. Woitowitz and K. Rodelsberger, “Chrysotile Asbestos and Mesothelioma,” Amer. J. Indus. Med., 1991, 19:551–553.

[41] J. Peto, J. T. Hodgson, F. E. Matthews, and J. R. Jones, “Continuing Increase in Mesothelioma Mortality in Britain,” Lancet, 4 Mar. 1995, 345:535–539; y MRC Institute for Environment and Health, Chrysotile and Its Substitutes: A Critical Evaluation (Leicester: Institute for Environment and Health, Dec. 2000), p. 4, publicado en www.le.ac.uk/ieh/webpub/webpub.html. Véase también MRC Institute for Environment and Health, Fibrous Materials in the Environment: A Review of Asbestos and Man-Made Mineral Fibres (Leicester: Institute for Environment and Health, 1997); y P. T. C. Harrison, L. S. Levy, G. Patrick, G. H. Pigott, and L. L. Smith, “Comparative Hazards of Chrysotile Asbestos and Its Substitutes: A European Perspective,” Environmental Health Perspectives, 1999, 107:607–611.

[42] F. D. K. Liddell, “Editorial: Magic, Menace, Myth, and Malice,” Ann. Occup. Hyg., 1997, 41:1–12, on p. 11. Los hallazgos están detallados en Liddell, A. D. McDonald, and J. C. McDonald, “The 1890–1920 Birth Cohort of the Quebec Chrysotile Miners and Millers: Development from 1904 and Mortality to 1992,” ibid., pp. 13–36; J. C. McDonald and A. D. McDonald, “Chrysotile, Tremolite, and Carcinogenicity,” ibid., pp. 699–705; A. D. McDonald, B. W. Case, A. Churg, A. Dufresne, G. W. Gibbs, P. Sebastien, and D. McDonald, “Mesothelioma in Quebec Chrysotile Miners and Millers: Epidemiology and Aetiology,” ibid., pp. 707–719; and Liddell, A. D. McDonald, and J. C. McDonald, “Dust Exposure and Lung Cancer in Quebec Chrysotile Miners and Millers,” ibid., 1998, 42:7–20. Para las cartas críticas, véase ibid., 1997, 41:383-388. El prefacio es «La cohorte de asbesto de Quebec», ibid., p. 1.

[43] Sobre IBAS véase L. Kazan-Allen, “The Asbestos War,” Int. J. Occup. Environ. Health, 2003, 9:173–193. El Collegium Ramazzini, un grupo de médicos de salud ocupacional, fue fundado por Irving Selikoff en la Escuela de Medicina Mount Sinai en 1982. Ver P. J. Landrigan, «Asbestos-Still a Carcinogen», New Engl. J. Med., 28 de mayo de 1998, 338: 1618 – 1619; y artículos en un número especial titulado «Llamado a una prohibición internacional del asbesto», Amer. J. Indus. Med., 2000, 37.

[44] J. Peto, A. Decarli, C. La Vecchia, F. Levi, and E. Negri, “The European Mesothelioma Epidemic,” Brit. J. Cancer, 1999, 79:666–672 (mortality projection); and M. R. Cullen, “Chrysotile Asbestos: Enough Is Enough,”

Lancet, 9 May 1998, 351:1377–1378 (ban).

[45] Sobre la predilección del crisotilo por la pleura, véase Y. Suzuki and N. Kohyama, “Translocation of Inhaled Asbestos Fibres from the Lung to Other Tissue,” Amer. J. Indus. Med., 1991, 19:701–704; see also Suzuki and R. Yuen, “Asbestos Fibers Contributing to the Induction of Human Malignant Mesothelioma,” Ann. N.Y. Acad. Sci., 2002, 982:160–176. Sobre las cargas de fibra de mesotelioma, vea V. L. Roggli, P. C. Pratt, and A. R. Brody, “Asbestos Fiber Type in Malignant Mesothelioma: An Analytical Scanning Electron Microscope Study of Ninety-four Cases,” Amer. J. Indus. Med., 1993, 23:605–614. Para los estudios de microscopio electrónico ver Suzuki and Yuen, “Asbestos Tissue Burden Study on Human Malignant Mesothelioma,” Industrial Health, 2001, 39:150–160; véase también Suzuki and Yuen, “Asbestos Fibers.” Para la sugerencia de que el crisotilo era la principal causa de mesotelioma, véase A. H. Smith and C. C. Wright, “Chrysotile Asbestos Is the Main Cause of Pleural Mesothelioma,” Amer. J. Indus. Med., 1996, 30:252–266; and L. T. Stayner, D. Dankovic, and R. A. Lemen, “Occupational Exposure to Chrysotile Asbestos and Cancer Risk: A Review of the Amphibole Hypothesis,” American Journal of Public Health, 1996, 86:179–186.

[46] A. Tossavainen et al., “Asbestos, Asbestosis, and Cancer: The Helsinki Criteria for Diagnosis and Attribution,” Scandinavian Journal of Work, Environment, and Health, 1997, 23:311–316; and International Programme on Chemical Safety, Environmental Criteria 203: Chrysotile Asbestos (Geneva: WHO, 1998), p. 94, posted at www.inchem.org/documents/ehc/ehc/ehc203.htm.

[47] WTO, “European Community—Measures Affecting Asbestos and Asbestos-Containing Products”: Informe del Grupo Especial, WT / DS135 / R, 18 de septiembre de 2000; Informe del Órgano de Apelación, WT / DS135 / AB / R, 12 de marzo de 2001. Para las opiniones divergentes expresadas en el contexto de la controversia, véase B. I. Castleman and R. A. Lemen, “The Manipulation of International Scientific Organizations,” Int. J. Occup. Environ. Health, 1998, 4:53–55; and Castleman, “WTO Confidential: The Case of Asbestos: World Trade Organization,” International Journal of Health Services, 2002, 32:489–501. See also Lemen, “Challenge for the Twenty-first Century—A Global Ban on Asbestos,” in Annals of the Global Asbestos Congress: Past, Present, and Future, CD-ROM (cit. n. 34).

[48] Para el debate de 2001 ver, por ejemplo, M. Camus, “A Ban on Asbestos Must Be Based on a Comparative Risk Assessment,” Canadian Medical Association Journal, 2001, 164:491; and P. J. Landrigan, “The Debate on Banning Asbestos,” ibid., 165:1191. Para más sobre las amenazas del crisotilo ver S. X. Ca, C. H. Zhang, X. Zhang, and K. Morinaga, “Epidemiology of Occupational Asbestos-Related Diseases in China,” Indus. Health, 2001, 39:75–83; W. J. Nicolson, “The Carcinogenicity of Chrysotile Asbestos: A Review,” ibid., pp. 57–64; and E. Yano, Z.-M. Wang, X.-R. Wang, M.-Z. Wang, and Y.-J. Lan, “Cancer Mortality among Workers Exposed to Amphibole-Free Chrysotile Asbestos,” American Journal of Epidemiology, 2001, 154:538–543. Sobre anfíbolos en el crisotilo ver K. J. Butnor, T. A. Sporn, and V. L. Roggli, “Exposure to Brake Dust and Malignant Mesothelioma,” Ann. Occup. Hyg., 2003, 47:325–330. Para dos recientes opiniones contrastadas ver Richard H. Lemen, “Chrysotile Asbestos as a Cause of Mesothelioma: Application of the Hill Causation Model,” Int. J. Occup. Environ. Health, 2004, 10:233–239; y Malcolm Ross and Robert P. Nolan, History of Asbestos Discovery and Use and Asbestos-Related Disease in Context with Occurrence of Asbestos within Ophiolite Complexes, Special Paper 273 (Boulder, Colo.: Geological Society of America, 2003), posted at www.ierfine.org/html/history/asbestos.pdf. Sobre la supuesta seguridad del crisotilo en los edificios, véase, por ejemplo, C. Booker, “Unnecessary Asbestos BillWill Top £8bn,”, London Daily Telegraph, 27 de enero de 2002. La analogía fue desafortunada, dado que el talco puede contener asbesto, pero luego la principal fuente científica del periódico fue un representante de la industria del asbesto-cemento.

[49] Geoffrey Tweedale, “Management Strategies for Health: J. W. Roberts and the Armley Asbestos Tragedy, 1920–1958,” Journal of Industrial History, 1999, 2:72–95 (Armley); Jock McCulloch, Asbestos: Its Human Cost (St. Lucia: Univ. Queensland Press, 1986) (Wittenoom); McCulloch, Asbestos Blues: Labour, Capital, Physicians, and the State in South Africa (Oxford: Currey, 2002) (Penge and Prieska); Brodeur, Expendable Americans (cit. n. 15) (Tyler); Andrea Peacock, Libby, Montana: Asbestos and the Deadly Silence of an American Corporation (Boulder, Colo.: Johnson, 2003); and Andrew Schneider and David McCumber, An Air That Kills: How the Asbestos Poisoning of Libby, Montana, Uncovered a National Scandal (New York: Putnam, 2004).

[50] Para el lego, es un caso de «elegir un número». Nicolson and Landrigan, “Carcinogenicity of Chrysotile Asbestos” (cit. n. 38), sugieren que la crocidolita es dos o tres veces más potente que el crisotilo como causa de mesotelioma. Otros han informado sobre el riesgo de crocidolita: crisotilo en la proporción de 500: 1. Ver J. T. Hodgson and A. Darnton, “The Quantitative Risks of Mesothelioma and Lung Cancer in Relation to Asbestos Exposure,” Ann. Occup. Hyg., 2000, 44:565–601.

[51] Esto se ha definido como «la necesidad de actuar para reducir los peligros potenciales antes de que haya pruebas sólidas de daños, teniendo en cuenta los posibles costos y beneficios de la acción y la inacción». Ver European Environment Agency, Late Lessons from Early Warnings: The Precautionary Principle, 1896–2000 (Copenhagen: European Environment Agency, 2001), p. 13.

[52] Sobre la situación en Canadá, ver Institut National de Sante Publique du Quebec, Rapport épidémiologie des maladies reliées a` l’exposition a` l’amiante au Québec (Quebec, Sept. 2003), posteado en www.inspq.qc.ca/pdf/ publications/222-EpidemiologieExpositionAmiante.pdf. Sobre las circunstancias de los países en desarrollo ver L. V. Harris and I. A. Kahwa, “Asbestos: Old Foe in Twenty-first-Century Developing Countries,” Science of the Total Environment, 2003, 307:1–9; and A. L. Ramanthan and V. Subramanian, “Present Status of Asbestos Mining and Related Health Problems in India: A Survey,” Indus. Health, 2001, 39:309–315. Sobre la sinergia con el tabaco ver A. L. Frank, R. F. Dodson, and M. G.Williams, “Carcinogenic Implications of the Lack of Tremolite in UICC Reference Chrysotile,” Amer. J. Indus. Med., 1998, 34:314–317.