El pasado 8 de enero de este 2017 que apenas arranca, falleció Ana Cecilia Niño, una guerrera del mesotelioma a quien le sobraba fuerza para enfrentar la poderosa maquinaria del lobby de la industria del asbesto en Colombia, y a todos aquellos que aún siguen repitiendo que el asbesto crisotilo es bueno y no causa problemas a la salud.
Tuve la oportunidad de conocerla personalmente desde el año de 2014, y desde ese momento descubrí a una mujer que mediante su testimonio, representaba a todas las víctimas de la tragedia causada por la exposición a este peligroso mineral.
Ana Cecilia había crecido en el barrio Pablo Neruda, situado en inmediaciones del municipio de Sibaté donde opera desde hace más de 70 años, una planta de asbesto cemento de Eternit, perteneciente a la multinacional mexicana Elementia.
Los desechos de esta empresa fueron el relleno que sirvió para cimentar el terreno donde más adelante, sería construido el barrio que inspira su nombre en el famoso poeta chileno. Y esa fue la razón para que Ana Cecilia, más tarde desarrollara un mesotelioma pleural.
Las enfermedades relacionadas con el asbesto tienen una característica especial y es su larga latencia que debe ocurrir antes de desarrollar la enfermedad en su etapa final. Igualmente existen principalmente tres tipos de exposición al asbesto: las directas, cuando los trabajadores manipulan este tipo de sustancias, incluso desconociendo el riesgo, las domésticas o indirectas, cuando se hace contacto con el material sin estarlo manipulando por razones laborales, y las ambientales, cuando este es inhalado en el medio ambiente.
Para el caso de Ana Cecilia se podría decir que estuvo expuesta a dos factores: exposición indirecta y exposición ambiental. La primera cuando de niña jugaba y convivía con los desechos depositados en su área de residencia y por exposición ambiental, dada la cercanía de su barrio a la planta de Eternit.
La mayor batalla que dio Ana Cecilia, además de luchar biológicamente contra el mesotelioma pleural, fue buscar incansablemente que las autoridades colombianas entendieran los riesgos del uso indiscriminado del asbesto en nuestro país, y por ende, que implementaran medidas para su prohibición.
De nuevo, el fuerte lobby de la industria se hizo sentir, logrando bloquear la iniciativa de la senadora Nadia Blel que precisamente apuntaba en esa dirección: prohibir su uso mediante una ley que así lo determinara.
No valieron los incansables llamados de Ana Cecilia y de su esposo Daniel Pineda para que el proyecto de ley siquiera llegara un poco más lejos, más allá de la comisión séptima que debate los temas de salud entre otros. Cuando llegó la decisión final, el comportamiento de los senadores que votaron en su contra fue algo más que cínico. Una de las razones que invocaron es que no existe suficiente evidencia del riesgo que comporta usar el asbesto crisotilo, porque según ellos, este tipo de asbesto se puede manipular en condiciones de seguridad.
La seguridad que tenemos ahora es que esta valiente mujer entregó su vida, diciendo lo contrario, mediante el dolor y la desesperanza que su cuerpo iba sintiendo poco a poco, y cuyo ejemplo queda de testimonio irrenunciable de que el asbesto, cualquiera que sea su tipo, constituye un grave riesgo para la salud pública de los colombianos. Como muy bien lo dijo Daniel Pineda, al salir de la iglesia después de cumplir con los rituales de despedir a su esposa, el bolsillo de los políticos colombianos es más grande que cualquier deseo de justicia que Ana Cecilia murió pidiendo.
El gran despliegue que ha recibido esta noticia muestra con claridad que la lucha de Ana Cecilia no fue en vano, y que a todos aquellos que la acompañamos y compartimos su ideal de una Colombia libre de asbesto, solo nos queda recoger sus banderas y proseguir la batalla.
Ana Cecilia y Daniel: desde esta pequeña tribuna prometemos que así será!